El sol se reflejaba en el cristal aún mojado. En su cabeza todavía resonaban sus palabras: “Mírate en el espejo chica, vives una fantasía. Déjala ir o acabará contigo. Si deseas jugar, que sea un juego pero no conmigo. Si lo deseas vivir, entonces aún no estás preparada

Siempre tuvo la sensación de ir detrás de un bailarín que caminaba sobre el agua de los charcos, dejando huellas que parecían poco profundas pero que en realidad eran indelebles. Ese espejo al que se refería, el reflejo de la luz en el agua, dejaba ver su figura distorsionada por las ondas que él había producido. Pero tan pronto como se deslizaba con suavidad y cautela, saltaba sobre el agua salpicando todo lo que le rodeaba. Esos arrebatos de violencia escondían un deseo extremo de felicidad porque era en esos momentos cuando la desinhibición se hacía plausible. Todo se volvía uno, la pasión, el calor, la violencia, el placer junto con el despecho, el desengaño, el desprecio y la humillación. Era sorprendente como todo aquello le hacían ser lo que era, en el fragor del entusiasmo poseía el control absoluto de todo lo que a ella le rodeaba pero cuando llegaba el sosiego, eran las palabras, calculadas, medidas y devastadoras las que clavaban sus pies en el suelo.

Él cantaba en su memoria, los sonidos del látigo, su piel resquebrajada, incluso los silencios acusados se hacían sonoros como la lluvia cuando repiquetea en los tejados, pero nunca sintió la ausencia, la suya. Cada vez que ella fallaba, tropezaba, se negaba, él siempre tendía la mano, se convertía en el paraguas que evitaba que la lluvia empapase sus emociones. Y su voz volvía a resonar en su cabeza: “Deja que la lluvia arrastre las lágrimas, que la sal se convierta en el dulzor que la sangre necesita, deja que se lleve el miedo y el dolor porque solo después de la lluvia podrás sentirte viva”.

Él conocía el vacío que se producía después de una escena, cuando a ojos de las emociones, se sentía desgastada y no comprendía aquella frustración porque las lágrimas no le permitían ver lo hermoso de aquel orgullo que le demostraba. Tenía tanto que aprender que todavía dejaba que el dolor y el placer fuesen los entrantes de aquel banquete. Comprendía después, que su entrega era mucho más que eso y solo viendo como se deslizaba por los obstáculos de su realidad, felino intocable de puños fuertes y mirada intensa, podría convertirse en lo que él deseaba y ella también.

Su baile, al son de la lluvia, su corazón latiendo al mismo ritmo que el agua golpeando el suelo era la señal que ella necesitaba para acompasar sus sentimientos y sus deseos. Y de nuevo su voz dentro de ella caminaba en un solo sentido: “La única verdad, la verdad de los corazones rotos es que nunca aman hasta que una mano ajena consigue recomponer esos pedazos. Reparte esos trozos en las arenas del tiempo, dame la mano y trazaremos un mapa en tu piel para poder encontrarlos”

Acarició el cristal frío, acompañando con sus dedos las gotas que se deslizaban hacia el infinito, trazando caminos imposibles como hacía él en su piel y se dio cuenta de que aquel mapa del que hablaba, de trayectos infinitos, jamás tendría un final. Quiso llorar cuando entendió finalmente que aunque quizá no encontrase aquellos pedazos dispersos en el tiempo, él estaría a su lado, él estaría acompañando cada paso, porque él, era quién los creaba.

“Hoy camino por sendas verdes, hoy me siento como un dios” le dijo

 Singing in the rain

 

Wednesday