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Se tiene una mejor perspectiva desde fuera, ves la imagen en su totalidad, los matices, incluso los pequeños que desde dentro son imposibles de percibir. Pero esto no te hace diferente y juzgas de la misma manera, incluso te permites el lujo de pensar que tú eres mejor que todo eso. Son fases, momentos de cierta enajenación y aquí, apostado en esta colina, sufriendo las inclemencias del tiempo, el frío, el calor, la lluvia y el viento, día tras día observando lo que una vez fue mi territorio y ahora, solo un recuerdo. Al principio, por error, creí que esta sería mi atalaya, el lugar donde poder ver sin pudor como la mierda se arrastra sin darme cuenta de que yo era parte de ella y la había llevado hasta allí, engañándome a mí mismo sobre mi diferenciación, apostando sin duda al caballo ganador de mi postura y mi forma de pensar.

Equivocado. Era parte de ello y salirme para revolver aquella ponzoña solo me hacía retroalimentar los mismos pensamientos que tenían los de allí, vistos ahora por la mirilla, ampliados y captando cada matiz y cada gesto. Sin embargo, después de todo este tiempo observando, las cosas se iban definiendo, la vista solo quería cosas concretas, palabras que resonaban en los labios, palabras concretas, nada de respeto idealizado o costumbrismo ridículo. Se filtraban casi sin querer aquellas voces aparentemente discordantes que navegaban sobre la mierda pero que refulgían como el sol. Eran pequeños destellos en una noche estrellada donde las estrellas habían perdido el brillo y el poder. Por eso eran como las odas heróicas, las que te dejan sin aliento y sin pestañear. Cada vez menos, se apagaban, se apagaban, se apagaban.

Entonces, tras el cristal, acariciando o intentando hacerlo, las palabras se acercaban a mí y yo a ellas, quedándome estático, ocultando mi posición y simplemente las capturaba y las hacía mías. Con ellas tan solo tenía que mantener la ilusión de aquella luz sin que se mitigase el fulgor y la mierda se escurría por sus cuerpos mientras subían la colina, hacia mí. En frente, sin los tapujos que ocultaban mi presencia, comprobaba si aquellas luces que habían sido una promesa se convertían en estrellas o simplemente se desvanecían de nuevo colina abajo, sumergiéndose de nuevo en el caldo de cultivo. La prueba de aguantar inmóviles, sin susurros o directrices, sin consignas ni obligaciones se convertía en devastadora, provocando lágrimas y desconsuelo. Pero inmóvil aguantaba hasta que ella, sin miedo, se arrodillo y tendió sus manos. Quizá había comprendido lo que significaba ser la única y que nada del exterior podría cambiar eso, que no se debía a nada más que a aquel que le enseñó que su luz era perfecta, perfecta para él y que no hacía falta echar la vista atrás.

Su elección fue libre, solo ella lo decidió, solo ella se entregó a quién quiso y como quiso. Ahora son sus ojos los únicos que miro a través de la mirilla, apostado sobre mi colina.

 

Wednesday

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