Hablaban en voz baja y en cada susurro se desnudaba un poco más. Las dudas trepaban desde los tobillos hasta que se instalaban de manera permanente en la memoria. Aquellos diálogos internos llenos de preguntas que siempre quedaban sin respuesta la volvían completamente loca. Y era en aquella locura donde curiosamente se sentía más a gusto. Se acariciaba el cuerpo creando el recuerdo de las manos ásperas recorriendo la piel mientras seguía hablando. La voz grave reverberaba en su cabeza y sin darse cuenta se mordía el labio esperando que él agarrase los mofletes abriéndole la boca con una ligera presión. El gemido entonces se escapaba por la comisura de la boca y se perdía rebotando en las paredes ajena al eco que regresaba hasta sus oídos.
Dudas, dudas y secretos. Eso le susurraba mientras apretaba su cara contra el cuero acolchado, notando como el pie se deslizaba desde la espalda hasta el cuello. Los tacos de la bota se iban clavando y chocaban con cada uno de los huesos. La cara se aplastaba y le costaba respirar. Bajo sus pies era lo que había. Algunas veces creía que su inclemencia era un mero capricho, algo que él conservaba para su deleite y su disfrute. La mayoría entendía que era una manera de mantenerla en el sitio que le correspondía.
Sin dejar de presionarle el cuello y la cara notaba las cuerdas siseando como las serpientes mientras se enroscaban en las muñecas. Cada nudo terminado era un poco menos de presión en el cuello y una bocanada de aire en sus pulmones. Aquel día estaba diferente, hablador, y en sus palabras se iba perdiendo intentando no perder cierta consciencia para poder disfrutar del momento.
Esto de las preguntas tiene su miga. Preguntar por preguntar no tiene demasiado sentido, dudar por preguntar es una estupidez, temer las respuestas es debilidad. Sin preguntas no se aprende, si las preguntas son adecuadas te das cuenta de la plenitud de la circunstancia al recibir las respuestas, si no lo son entonces vuelves a la casilla de salida con un saco nuevo de dudas. La duda. Rodeaba ahora el pecho con la cuerda y separaba las piernas. Notó entonces ese espacio de tiempo donde no sucede nada, no hay movimiento ni respiración y fue consciente de la exposición de su cuerpo, las bragas empapadas de sexo, amor, pasión y vergüenza. Esto último le sorprendió. Seguramente porque en ese impase notó como el observaba aquella espléndida humedad. Entonces apretó un poco más fuerte el último nudo.
Después se separó de ella, levantó su cuerpo y lo dejó en el suelo, con las rodillas hincadas y la espalda como un tobogán que dejaba la cara apoyada en el suelo. Le limpió la saliva con delicadeza y acercó de nuevo el diván. Se sentó en una silla adyacente y se recostó dejando caer su peso en el respaldo que lo acogió con un siseo. Después levantó los pies y los colocó sobre el culo. Abrió un bloc de notas, cogió un lápiz y miró el reloj.
En la última sesión me comentaba su deseo de sentirse un objeto, de que disfrutasen de usted. ¿Ha pensado de dónde puede provenir esa sensación?
Wednesday