Tal y como llegó se fue, sin gestos, sin palabras cordiales que suenen vacías como despedida o reencuentro, ni un hasta pronto o un nos veremos. Solo una caricia y una leve sonrisa que quedaron maquilladas por los desgastados vaqueros y aquellas botas hipnóticas que se convirtieron en idea al cerrarse la puerta tras él. Al contrario que otras veces y con otros hombres, no sintió ese deseo de decir algo, de pedir algo, de desear más. No sabía si le volvería a ver pero se dio cuenta y de manera que no pudo explicar, que aquel hombre volvería. Luego pensó en la estupidez de aquello. No volvería, porque ya estaba.

Los días se sucedían, entre la monotonía, el trabajo, las amigas y el deseo incréiblemente intenso de sentirle cerca. Una semana después volvía a ver como sus botas se escapaban entre la luz y la sombra de la puerta cerrándose. De nuevo en silencio, sin palabras. Una y otra vez se sucedía el encuentro, cada vez con una intensidad diferente, siempre salvaje, pero aún así, ella se sentía etérea, otras veces líquida, algunas protegida, privada de sus sentidos jamás había sentido tanto. Presa de las cuerdas, indefensa, se sentía a salvo, inmovilizada se daba cuenta de la voracidad de aquel deseo que crecía, exponencialmente. Eso a veces le asustaba pero él, imnpasible, siempre daba lo mismo.

Con el tiempo comprendió que era un hombre de pocas palabras, que las utilizaba cuando creía necesario, con una suavidad y una firmeza que le erizaba la piel solo al recordarlo. Cuando su aliento cortaba el aire del interior de su oido, la excitación y el relax hacía que cada uno de sus agujeros se abriesen, imperceptibles a la vista, tan solo para aceptar el sexo que por fin le completaba y tanto tiempo había tardado en encontrar. Sonreía constantemente, incluso cuando bajaba la mirada, un gesto espontáneo que no lograba descifrar.

Aquella tarde, él se sentó mientras observaba como se desnudaba. Salvando las distancias, sintió como los artistas del Renacimiento observaban los lienzos, las paredes o las piedras que más tarde tallarían, buscando la perfección en cada una de los golpes certeros que irían dando forma a la que sería una obra maestra. Cuando él se levantó, en su mirada tenía claro lo que haría. La cuerda cayó al suelo y se deslizó por sus manos. Había tensión en sus antebrazos. Con un simple gesto le hizo ponerse en pie y fue pasando la cuerda con dedicación desde sus hombros, dando suficientes vueltas que no recordaba ninguna vez anterior igual. Después por encima de sus pechos, entrelazándola con la que antes había inmovilizado los brazos. Comprobaba la holgura, suficiente, y asentía con un ligero gruñido que le volvía loca. Después, debajo del pecho, las caderas, la parte superior de los muslos. Con otro gesto y acomodando sus brazos para que le fuese más fácil, hizo que se tumbase boca abajo y le obligó a flexionar las piernas. Pasó más cuerdas para inmovilizar el movimientop de éstas y culminó atando los tobillos con numerosas vueltas. Terminó pasando una cuerda doble desde estos a una argolla de hierro que parecía antigua y que sacó de una pequeña bolsa de piel añeja. Hizo lo mismo con la cuerda que ataba sus piernas flexionadas, los muslos, las caderas, el pecho y los hombros. Le enseñó el resultado en un espejo y ella se sobresaltó por la belleza de su cuerpo en aquella postura aparentemente incómoda y sonrió.

Elevó la argolla hasta un gancho que colgaba de una viga de madera, tiró de un cabestrante y su cuerpo fue elvándose despacio mientras se mecía con suavidad y solo paró cuando sus caras estuvieron frente a frente. Él se acercó, con la frente húmeda por el sudor y sintió su pecho desnudo y caliente latir, mientras a ella los ojos se le llenaban de lágrimas que contuvo con mucho esfuerzo. Entonces él habló.

Eres mi instrumento, aquello que hará que la musica se convierta en algo celestial, tu cabello será arpa, tus caderas el chelo, tu garganta la viola, tus pechos la tuba, la percusión en tus latidos, el piano en tus dientes, tus labios la flauta y tus ojos las fanfarrias de mis ensoñaciones. Yo simplemente dirigiré el camino que nos llevará a poder completar las 4 Estaciones de Vivaldi, El Lago de los Cisnes de Tchaikoski o las Danzas Hungaras de Brahms. Pero tambien Jumping Jack Flash, Free falling, Breaking the law o Symphony of Destruction. Eres mi arco Sylvie y rasgaré cada una de las cuerdas hasta que suenes perfecta.

El arco, su arco, pensó ella.