El bdsm fuera del bdsm

Como desde hace algún tiempo esto del azote y tente tieso es algo que a ellas les moja las bragas y a ellos les pone el ego donde deberían tener la polla, no deja de ser menos cierto que el comportamiento visceral de algunos dominantes de nuevo cuño se diluye como los azucarillos cuando se sorprenden de que la presa en cuestión, en lugar de dejarse morder, les da una dentellada en ese lugar del que antes era ubicación de la masculinidad y ahora solo es un cubo lleno de mierda. Esta creencia tan arraigada ahora de soltar por la boca que uno es amo y que todo lo que puedan mojar tus bragas será posesión suya con solo el chasquido de un dedo y las ordenes serán acatadas como si las diese un sargento chusquero y quemado de la legión, está derivando en situaciones grotescas y ridículas. Me lo invento, pero bien podría ser real.

“La noche se hacía larga cuando entré en el bar. Sigo echando de menos el humo asqueroso del tabaco que se concentraba en los tugurios más caóticos de cualquiera de las ciudades. Se respira mejor, pero follar en los lavabos ya no es lo que era con esa peste humeante. El garito en cuestión estaba lleno, no recuerdo porqué fui, pero seguro que alguna de mis amigas me engañó sobre la música que pinchaban en él. Por suerte si fuere así, acertó. Sonaba en ese momento Southern Ways de Lynryd Skynryd y me sacó una sonrisa. Eché una ojeada y vi mucho maromo con algunas gotas de saliva aun en su boca y unas cuantas mozas de buen ver que deambulaban buscando amarrar una buena sesión de hostias. En la barra me sirvieron una cerveza fría que agradecí. Me senté en un taburete alto, de esos que piensas que estando sobre él, una barra de un bar es un púlpito de sabiduría y observación. Entre trago y trago oteaba como un felino en celo, pero disimulando suficiente para no tener una de estas gatitas olisqueando mi polla. Al fondo de la barra, una mujer fuera de su ambiente. Sin duda estaba tan lejos de la crema y societé a la que estaba acostumbrada, que brillaba como una luciérnaga en una noche cerrada. Aún así tenía descaro, y desde donde yo estaba, despachaba con gusto los envites de los que le rodeaban. No sé si yo sonreía por dentro o la mirada descarada tiraba de mis labios hacia arriba  pero me levanté y me acerqué. Observé sus tobillos, delgados e interesantes como los zapatos, más caros que todos los trajes de Zara que tenía alrededor. Algunos se aventuraban a llamarla perra, como si con eso el flujo se le fuese a escurrir por los muslos. Otros le preguntaban donde estaba su amo y yo pensaba que seguramente estaría con Cesar Millán intentado saber porque esta golfa se había aventurado a adentrarse en este mundo tan particular. Pelirroja despampanante, sabía que era un reclamo y había una feria, rifa incluida por ponerle un collar, como cuando los niños chicos le intentan poner la cola al burro. 

Ella me miró y sonrió con desdén, casi con desprecio. Sonreí, no estaba a la altura por mucho que los 14 cm de sus tacones le dejasen a la altura de mi polla. Seguramente apreció que llevaba sin ducharme desde por la mañana y el pelo desaliñado no ayudaba por lo que los tipos que le rodeaban sonreían. Ellos tenían boletos, yo tenía mi cerveza. ¿Cuál de estos después de llamarte perra o putita te ha pedido disculpas o te ha llamado tesoro o cualquier mierda de esas? Bebí el último trago. Todos, contestó altiva y prepotente. Perfecto le dije, pues si quieres que te baje a hostias esos humitos que te gastas y aprendas de una puta vez en que sitio te has metido, vente conmigo al baño que quizá con un poco de suerte te irás a la cama con las rodillas doloridas y el rimel corrido.

Me di la vuelta y me fui. No fui al lavabo por descontado, salí a la calle, me encendí un cigarrillo y comencé a caminar. El sonido de los tacones golpeando el asfalto comenzó a poner armonía a la noche.”

¿Cuáles son las conclusiones de este ridículo relato? Lo que ofrece el bdsm, más allá de todo su componente particular no es nada más y nada menos que una simple relación entre dos iguales que buscan algo concreto. Dar y recibir, entregar y educar, aleccionar e invertir. La pelirroja no era tonta, al contrario, buscaba al dominante y lo encontró, el dominante no tiene que exponerse para que las sumisas se arrodillen como si él fuese un tótem. El valor de la sumisa es tan grande que muchos aún no se han enterado de este pequeño matiz. La sumisa no busca el beneplácito del dominante, busca la firmeza y la luz del camino que le otorga.