Perfectos charcos circulares se habían formado bajo su boca y su sexo que no paraba de temblar, ya dolorido. La saliva goteaba sin descanso en una cascada permanente que prácticamente cubría el espacio entre sus labios y el suelo. Con la vara en la mano acerqué mis labios a una de sus mejillas y la besé. Cuando terminemos, lamerás cada gota del suelo, le dije. Me incorporé y golpee ligeramente el gancho con la vara. Su pelo volvió a tensarse y pensé que pronto su boca debería estar algo más ocupada.
Los golpes comenzaron en las plantas de los pies provocando que sus dedos se contrajesen intentando mitigar el dolor que ya circulaba por todo su cuerpo. No me recreé en ellos demasiado, tenía que volver caminando a casa. Sus gemelos y la parte anterior de los muslos no iban a tener tanta suerte. Aprovechaba cada golpe coincidiendo con un espasmo de placer conjugando una mezcla que le precipitaba al orgasmo. Las cuerdas cumplían su función y como las serpientes que inmovilizan a sus presas constriñéndolas, iban dibujando las marcas, un hermoso cuadro que perduraría varios días.
La rojez de las heridas empezaba a ser patente. Dejé que el dolor se mitigase un poco enjuagándolas con algo de agua tibia. El dolor se convirtió en alivio y sus músculos empezaron a relajarse. Cerró los ojos unos instantes mientras le hablaba con dulzura. Cuando los abrió, sintió mi polla golpear en su garganta y su nariz en mi abdomen. Así me quedé unos segundos, notando como su lengua pugnaba por buscar un hueco en su boca para poder respirar. No lo encontró. Su maquillaje empezó a teñir su cara de negro y las lágrimas empaparon mis botas. Eso también lo lamerás después, le dije.
Cuando fue suficiente, tiré de su pelo hacia atrás y se la saqué completamente hasta que un sonido gutural seguido de bocanadas de aire rompieron el borboteo anterior. Tiré de ella hacia arriba y le miré a los ojos. No vi miedo, vi entrega y me sorprendió. Entonces su cuerpo empezó a balancearse como un péndulo por las embestidas de mi cuerpo que solo encontraban tope en su garganta.
Los golpes con la vara en el culo empezaron a alternarse con los que le daba al gancho. Se que sentía la necesidad de morderme, pero no podía, en cambio, mis botas, ya estaban empapadas y ese fue un gran momento.