Los meses pasaban y los termos a veces permanecían llenos y otras se vaciaban con la misma rapidez que los recuerdos efímeros desaparecen de nuestra memoria. Siguió observando, a escondidas aún sabiendo que él conocía su presencia furtiva. Aprendió tanto de aquellas observaciones que le fascinaba su nueva y compleja personalidad. Durante mucho tiempo sintió que era sumisa, más por empatía con aquella mujer que por conocer el sentido y el concepto del mismo. Ella venía y se iba con el mismo silencio y respeto de siempre y sorprendentemente, era la misma, siempre. No encontró resquicio alguno, al menos que conociese o intuyese de que él se comportase igual con otras, no físicamente al menos. Disfrutaba de cada momento, de cada segundo que la piel de aquella mujer se extendía como un lienzo ante la mirada atenta de su imaginación. Nunca escuchó su voz, hablando, tan solo lejanos murmullos y violentos gemidos.

Se confinó en su escritorio donde daba rienda suelta a lo que deseaba, esa paz, el silencio y la obediencia aunque no hubiese nadie a quien obedecer. Entendió que no quería ser como aquella mujer y si quería ser el objeto de deseo y demanda, arropada por el silencio alrededor y por órdenes dadas desde la sabiduría, la paciencia y la firmeza. Entendío muy rápido que no podía inmiscuirse en aquella relación que a ojos ajenos y poco conocedores, le parecería sumamente extraña. Y ella no quería ser parte de aquello, si bien esa posición era la que más le atraía. Pensó que su vida sería una mera observación y eso no le disgustó del todo. Hasta ese día.

Una mujer llegó, diferente, irradiaba una vida tan luminosa que la belleza era solo un complemento. Era hermosa, lígera, con unos ojos expresivos marón intenso y de forma peculiar. Su cuerpo disputaba las curvas y las líneas eran fabulosas. Jamás había apreciado así a una mujer. Cierto es que hasta hacía no mucho, no pensaba en ellas siquiera. Entró en el despacho, llamando como lo hacía ella, sonriente. Él abrazó su cuerpo con ternura y calidez e imaginó que era un familiar quizá, sin embargo, ella aún manteniendo la cabeza erguida, no le miraba directamente durante demasiado tiempo. Era respeto sobre todo, no veneración como expresaba la otra mujer. Allí estuvieron un buen rato, conversando uno frente a la otra. La puerta como siempre abierta aunque no conseguía escuchar nada. Ella hablaba dulce, casi en susurros y él asentía más que hablaba. Entonces se levantó y asomó la cabeza por la puerta. ¿Tienes algo que hacer para comer? le preguntó más como una orden que como una sugerencia. Ella solo negó con la cabeza, impaciente y curiosa. Entonces ven, le dijo acompañando con un gesto de la mano.

Se levantó y se acercó al despacho, llamó y pidió permiso. La otra mujer se levantó igualmente y se acercó. De cerca era más hermosa todavía y olía a pureza. Se extrañó de ese pensamiento. Era más alta que ella y no supo si debía mirarle a la cara o no, así que optó por sonreír débilmente y mirar al suelo.

Te presento a Sylvie, dijo él. Y su vida cambió definitivamente.

 

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