No dejaba de disfrutar, nunca lo hacía, pero le resultaba tedioso descubrir que lo que necesitaba y deseaba al final, siempre se convertía en entelequia. Se daba cuenta de que lo que sentía lo conseguía por ella misma y se preguntaba cada vez, como había llegado a esa situación. Esta vez no había sido diferente. Tenía la sana costumbre de elegir bien a sus acompañantes de cama, casi siempre del mismo estilo, fuertes, altos, aparentemente poderosos, hermosos. No le era díficil, ella era un reclamo para todos los hombres y sentía sus pollas antes incluso que sus miradas. Se sentía orgullosa de ello, pero al finalizar, siempre un vacío se propagaba en su interior. No daba con la tecla. El sudor de su espalda era provocado por ella casi en su totalidad. Esos amantes no es que follasen mal, es que no traspasaban ninguna linea meramente marcada con anterioridad. La veían hermosa, si, pero fragil también. Y ella no era frágil, o al menos, nadie había conseguido que se sintiese así.
Su mente atribulada a veces le mantenía distante una temporada de los hombres a los que al final acudía por la imperiosa necesidad que tenía de ver su cuello comprimido por unas manos poderosas. Un cuello que nadie había conseguido dominar. Pensaba que con lo fácil que sería entregarse si supieran… Giraba la cabeza ligeramente para ver el título de los libros. Era como un ritual que terminaba con su cabello tapapando casi en su totalidad la cara. Tarareaba Demons de Imagine Dragons cuando un aroma le sacó de ese letargo en el que adoraba perderse. Cerró los ojos y respiró profundamente. Sintió como la piel se erizaba sin ningún sentido y notó una presencia tras ella que pasó lentamente. Arrancó el auricular y notó las pisadas que hicieron crujir el suelo. De reojo miró.
Le resultaba extraño, fuera de lugar. Era alto, de hombros anchos pero delgado, el pelo despeinado y una pose entre chulesca y despistada. En cambio, visto de espaldas y por como se movía, se sentía como pez en el agua. Pero era su olor, indeterminado, mezcla de la dulzura del jabón, el cuero que llevaba, el polvo que arrastraba. Ese olor empezaba a hacer que pensase en disparates. Se escondió detras de expositores intentado observar con más detalle, esperando que se diese la vuelta, de verle las manos, de mirar sus ojos. Estaba haciendo algo que no había hecho nunca y no sabía porqué. Se fijó que había salido de casa como si fuese a comprar el pan y se maldijo por ello. Pasó a su lado y ni siquiera miró. Entonces se giró, y él clavó su mirada en la suya. ¡Que destrucción!
Se sintió paralizada y cuando se acercó, con paso firme sintió como le temblaban las piernas. Él habló, pero ella no entendió nada, sintió casi como balbuceba pero se recompuso. Pensó que ella estaba por encima de todo aquello, los hombres siempre quedaban prendados de sus ojos, vivos y radiantes, asi que sonrió. Pero no pudo hacer nada más. Él volvió a girarse y sonrió dándole las gracias. Salió por la puerta y desapareció. Aquella noche y las cinco siguientes buscó por todos los medios apaciguar su cuerpo con miradas ajenas y ni de lejos tan devastadoras, buscando un olor similar camuflado en intensos perfumes masculinos, intentando hacer reir a esos que mostraban lo artificial de su risa. Imaginando que las manos que azotaban su culo eran las de aquel que con un simple gesto de agradecimiento, había conseguido marcar más su piel que cualquiera que lo hubiese intentado en realidad.
Entonces, volvió a encontrase con él.