El crujir del papel le llamaba la atención, como a los bebés. Escuchaba con atención los silencios solo rotos por las hojas separándose entre sí y como con las manos las aplanaba y estiraba para luego levantarlo ligeramente. Desde donde estaba, con las rodillas sobre la alfombra solo podía verle los ojos, enfrascados en una lucha con las letras mientras fruncía el ceño al leer algo que seguramente le inquietaba de una manera u otra. Una hoja tras otra el silencio leía lo que sucedía en el mundo y ella, deseosa y complaciente se sentía a salvo frente a sus pies. Siempre descalzo cuando estaba en casa, notando como aquel suelo arraigaba en él y se maravillaba por ello, de poder estar a su lado.

Apreciaba aquellos ratos, en los que ella podía escudriñar los gestos de la cara, las arrugas, las canas que poblaban su cabeza y su barba, el olor a poder que desprendía, conociéndole por fuera e incrustándose como finos cristales en sus gestos. El periódico era simbólico desde aquel vuelo, algo tan ligero que se convirtió en algo tan fálico, tan placentero y tan doloroso. Se notó sonriendo al recordarlo y eso, a él, como el lobo hambriento del bosque cubierto de nieve, le pareció el movimiento de un cervatillo indefenso. Bajó el papel y miró con frialdad. La única capaz de hacer arder su entrepierna. Bajó la mirada como medida de protección deseando haber podido mantenerla. Ahora solo pensaba en aquel periódico y en sus manos fuertes. El ruido del papel se fue intensificando. Levanta, le dijo.

Lo hizo sin dejar de mirar el suelo y sintió el tirón en su muñeca, un tirón que casi descoyunta su hombro y tan intenso que hizo que su cuerpo cayese sobre aquellas rodillas separadas. No habló mas. A cambio comenzó a sentir como el periódico ya enrollado acariciaba las nalgas que instintivamente abrió. Escuchó un pequeño gruñido, que no supo si fue de aprobación o de recelo. Apretó las muñecas entre las manos por encima del culo notando la fortaleza de las manos e impidiendo que se movieran.

Lo que antes fue ligero, ahora parecía acero. Enrollado con presión, el periódico se convirtió en una barra difícil de doblar y que ahora caía una y otra vez sobre su culo. Sin descanso, sin parar, las nalgas temblaban mientras se enrojecían y ella gemía de placer y dolor, suplicando unas veces que parase y otras que no dejase de hacerlo. Sentía que se había portado mal y merecía el castigo, pero eso él ya lo sabía. Sin embargo, era puro placer para él asestar todos aquellos golpes. Las arrugas de su cara no ocultaban el sadismo de sus ojos ni como sus manos convertían en realidad las obras de arte que su mente imaginaba.

Perdió la noción del tiempo y la sensibilidad en el culo. La piel latía con tanta fuerza que el dolor se multiplicaba por cien. Cuando se cansó, paró de golpear y comprobó que su pierna estaba empapada. Entonces gruñó de nuevo, más fuerte, antes de meter el periódico en el coño empapado. Deshazlo con tu flujo, cerda. Y comenzó a follarla con tanta fuerza que el orgasmo se convirtió en dolor insoportable y el gemido se volvió líquido, borrando todas las letras mientras la tinta se volvía blanca y el flujo se oscurecía.

 

Wednesday