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Encontrar el lugar adecuado al que perteneces, no el lugar ni para otras personas, no tu entorno, sino lo que eres, es el mayor de los desafíos personales. Nos dejamos llevar por la vorágine de nuestro alrededor, dejamos que la corriente de la mayoría guíe nuestros caminos. Es sencillo, cómodo, se disfruta, incluso se consigue cierta felicidad.

Sin embargo, se sentía siempre en la orilla, con miedo a zambullirse, como el niño que no sabe nadar y al que incluso el agua que le llega por las rodillas le asusta de tal manera que prefiere observar a los demás divertirse, engañándose y permitiendo que esa diversión también sea suya. Como si fuese lo mismo.

Pero había algo en aquella corriente, algo que nunca le gustó, aquellos gritos de felicidad vacía, o al menos a él le parecía así. Siempre con los pies mojados, entre dos aguas, la de la corriente general y la que en remanso apaciguaba la orilla cálida. Eran los sentidos lo que agudizaba, escuchando las conversaciones de la gente, las que le hacían frente a él y que se perdían corriente abajo, convirtiéndose en rumor y en falso recuerdo. No le gustaba estar allí, quieto, pero tampoco tenía interés en dejarse llevar por el torrente global de carcajadas, insultos y sentencias. Tan solo no estaba en su sitio.

Pero curiosamente siempre tuvo compañías, algunas más o menos estables y cada una de ellas intentando buscar el motivo por el que siempre se quedaba estático ante el movimiento externo, mirando a los ojos cuando él no se daba cuenta, o eso creían. Se convirtió para todas en una búsqueda permanente, conocer al dueño, conocerle para satisfacer por completo sus deseos y necesidades, pero sus silencios, solo rotos por los gemidos de todas ellas, los gritos y las pieles desgajadas, la carne mordida. A menudo la sangre, en regato constante y fluido se mezclaba con el agua turbulenta de las opiniones, tiñendo una parte del recorrido de un rosado lleno de filigranas. Pero todo eso se perdía en la lejanía mientras que la concentración púrpura permanecía entre los labios y los dientes, aquellos que desgarraban con furia y de verdad daban sentido a aquella quietud.

Todas ellas fracasaron en conocer aquello que le hacía permanecer inmóvil, a cambio, cada vez que el dolor y la entrega se apoderaban de sus cuerpos, escuchaban desde dentro el regocijo y alboroto que él escuchaba cuando observaba desde la orilla. Quizá ellas recibían más que lo que entregaban, pero estaban equivocadas. La decisión de salir de aquel torrente infame y permanecer a su lado era lo que le mantenía quieto, convirtiéndose en una estatua que tan solo tenía una intención, hacerlas volver al camino, más fuertes, mejores.

Él, tan solo necesitaba observar y dejar que se acercasen, para con mano firme y veloz, atrapar su esencia y sacarla del camino y enseñarle un mundo, mucho más grande, difícil y peligroso. Y en ese camino, solo  veces, devoraba alguna presa.

 

Wednesday

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