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¿Cómo amar en frialdad? ¿Cómo arder por dentro sin que el fuego te consuma ni carbonice aquello que se ama?

En lo alto de la colina el verdor había desaparecido. Algunas veces la bruma que serpenteaba hasta llegar a la cima parecía que devoraba el color de las briznas de hierba. Dejaba a su paso un rocío grisáceo y pesado que se aplastaba en la tierra produciendo una pequeña capa de fango. Cuando lo pisaba, sentía la miseria que había ido esparciendo por pieles ajenas. Le dejaban los pies fríos y el corazón helado. Aquella masa vaporosa, que se arrastraba con lentitud, esquivaba con ligereza sus piernas, rodeando el cuerpo y permitiéndole ver el horizonte ceniciento y el suelo ennegrecido. Cuando daba un paso hacia adelante, la bruma ocupaba el lugar que antes ocupaba el pie.

Descendía la colina y la luz al contrario de lo que debía suceder lo inundaba todo. Arriba, en su lugar, en lo más alto y donde podía controlarlo todo, solo había un color y por tanto una sola emoción. Los sentimientos siempre habían aflorado en ellas, de todas las maneras y formas posibles. Si cerraba los ojos veía la risa y escuchaba los labios, olía las palabras y saboreaba el tacto de cada piel. Las limpias, las puras y vírgenes, las ajadas, las mancilladas. Todas ellas transmitían cosas. Luego los ojos encharcados o chisporroteantes, el sonido ahogado del gemido prisionero de las manos y de cuellos atrapados en las fauces. Allí todo era luz, aunque no lo percibiera de la manera adecuada. Sólo necesitaba el contraste y éste solo lo encontraba en la cima, en la soledad de sus recuerdos y sus pensamientos. Se daba cuenta de que era gris, estéril en mitad del páramo de sus sentimientos.

Las relaciones se veían avocadas a encontrarse con un cañón horadado por el fluir de sus propias emociones y creaban una distancia inmisericorde e imposible de salvar. Ni la entrega o la pasión, ni el deseo o la violencia eran capaces de dar ese salto bestial que lo separaba todo. Quizá si desde aquella cima él lo intentase, si con un certero manotazo disipase toda aquella bruma plomiza sería capaz de trazar un puente entre sus sentimientos y sus particulares receptores. Quizá si desde aquella cima saltase al vacío, podría encontrar el puente colgante que lo hiciese deslizar hasta aquellos corazones expuestos.

Si miraba hacia arriba solo existía la niebla y si se sumergía en la bruma, solo encontraba la confusión de los sentimientos en sus relaciones. Se negaba a sí mismo con la cabeza, dejando que el furor de sus entrañas mantuviera cierto control y cordura y sólo lo encontraba cuando suspendía entre sus cuerdas lo que sentía y lo que les relacionaba.

 

Wednesday

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