La rabia y la furia a veces es demasiado poderosa, tanto que difícilmente te dejan pensar con claridad. Sentía en ese momento tanto desprecio por él que no podía expresarlo con palabras. Los platos rotos de la vajilla atestiguaban como la violencia contenida irremediablemente es expulsada de alguna manera. Pero no hubo lágrimas como pensó al cerrar la puerta derramaría. No las hubo, solo furia contenida que luego se convirtió en grito de dolor. Después de eso, durmió profundamente y soñó. Soñó, soñó.
Recoje, ponlo ahí, ven aquí, haz eso. Luego un tirón del pelo y una mano enguantada presionando su cuello con fuerza bestial. Y la voz de hielo ardiente atravesando su cabeza, sus ojos mirando las botas y luego el suelo, frío y húmedo. Lame lo que has derramado, porque es tuyo, le decía. No había compasión en aquellas palabras. El café, mezclado con semen, derramados ambos al mismo tiempo, el termo volcado y su polla, goteando sobre su cara. Recógelo todo y luego se despertó. Azarada se apartó el pelo de la cara, sudorosa y temblando por el sueño, se dio cuenta de que estaba más excitada que nunca. Se acarició con los dedos por encima de las bragas y gimió levemente. Luego la rabia volvió y se levantó para darse una ducha, enfurecida consigo misma por el sueño que acababa de tener. Se recreó bajo el agua tibia y su mente se quedó en blanco. Lo necesitaba.
Cuando terminó de desayunar, vio los dos termos pero solo cogió uno. Lo llenó de café y lo guardó en el bolso. El sonido de las llaves al cerrar la puerta lo sintió como un final. Cuando llegó al despacho, no había nadie y decidió sentarse en su silla para empezar a trabajar, pero estuvo diez minutos sin hacer nada, mirando aquel despacho vacío donde dos días atrás, se sintió humillada y despreciada. Pero ¿de verdad fue eso lo que sucedió?
Antes de que terminase el pensamiento, estaba caminando hacia el despacho, entró en él llamando a la puerta aún sabiendo que estaba vacío y dejó el termo de café sobre la mesa mientras volvía a acariciar el tablero con delicadeza. Se quedó de pie mirando por la ventana cuando la voz interrumpió el pensamiento que rondaba por su cabeza. Buenos días, le dijo. Gracias por el café y si lo deseas, trae el tuyo, prefiero beberlo en compañía.
No esperaba aquella cordialidad y se quedó unos instantes en blanco. Lo cierto, dijo con voz temblorosa, es que ese es en realidad mi termo. Agachó la cabeza. ¿Y qué hace aquí entonces? le preguntó él bastante serio. Pensé, se recompuso, que quizá sea yo la que no deba tomar café hoy.
El sonrió, sonrió mucho. Tu termo es ahora mío, le dijo. Trae una taza y bebe conmigo.
Qué extraño le pareció aquella forma de hablarle después de lo sucedido, pensó mientras iba a por una taza que guardaba en uno de los cajones de la mesa y que no había utilizado jamás. Qué extraño es esta sensación y mi forma de actuar. Qué extraño que me sienta tan bien. Cuando regresó, él llenó la taza y le dijo, disfruta de los nuevos sabores, siempre te llevarán a lugares mágicos.
El café ya no sabía igual.