Que hoy en día cualquiera puede autodenominarse dominante, amo, maestro, tutor o chindasvisnu, es algo que no nos debe sorprender y mucho menos dejar de tenerlo en cuenta. Decirlo es sencillo, decirlo sin mirar a la cara aún más sencillo. La cosa se complica cuando tienes que demostrarlo. Aquí muchos se caen con todo el equipo, por mucho instrumental que sean capaces de cargar.
Si nos detenemos en aquellos que son capaces de pasar esa criba, ya poco podemos fijarnos en ellos. Se sienten bien, campan a sus anchas y su pecho palomo está a salvo. Pero esto no es verdad. El fiel reflejo de ello son las sumisas que tienen o dicen tener, las tutelas que tienen o dicen tener y los resultados de todas estas, porque a fin de cuentas, tu obra es lo que más puede decir de ti.
Y es entonces cuando nos topamos con sumisas que abiertamente se plantean ponerse perras con otros dominantes , comprobando si estos son capaces de darles más de lo que su amo es capaz de hacer y descubren que si. Ocultan evidentemente eso, no vaya a ser que el pecho palomo se mosquee y la líe parda. O bien se auto convencen de que su amo les da la libertad de mojarse como la Fontana de Trevi pero sin tener que echar monedas. Igual es posible, ya se sabe que tiene que haber de todo, pero huele a chamusquina.
La capacidad de un dominante está en la libertad que otorga a la sumisa para que ella libremente esté arrodillada ante él. Todo lo demás es limonada.