Aquí todos tienen que recibir que no sólo el mundo del bdsm está lleno de machitos de voz tenue escondidos entre los bytes. Ellas, algunas, muchas o pocas, eso lo dejo a vuestro criterio, presumen todas de ser especiales, únicas. Quizá lo sean. Si una sumisa, mi sumisa, me pide permiso para hablar con otros dominantes, puede hacer lo que le apetezca que para eso es una mujer mayor de edad. En cambio si me pide lo mismo con la intención de averiguar lo que le hace sentir en el chirri mientras las burbujas Freixenet escapan por sus labios, es que algo estoy haciendo mal. Si directamente no me lo pide, es que soy un dominante de cartón piedra.
No voy a ser yo el que esté en contra de que cada una explore su sexualidad como mejor le convenga, que bastante tengo yo con lo mío, pero todo esto que cuento es la desvirtualización de algo muy sencillo de comprender y que muchas y muchos se lo toman a cachondeo. Porque al final todo queda en un átame y me tapas los ojos mientras me das un par de cates y yo me arrodillo ante ti porque soy una sumisa que te cagas. Esto, los cambios de collares que parecen de Panini y algunos los tienen repes y lo fácil que es entregarse al primer imbécil que se presenta con unas referencias tuiteras y una foto guay con una leyenda copiada de Sade o cualquier otro relacionado con esto, tenemos un ideario absurdo y ridículo de lo que hoy es una sumisa.
Las que se sienten sumisas de verdad leerán esto y no se sentirán identificadas, muy al contrario, les parecerá horroroso. Pero es lo que hay. Las otras, bueno, pues tienen de sumisas lo que yo de ministro de economía.