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Como un canto de sirena, la sangre hipnotizaba con el brillo intenso su mirada. Con la boca entreabierta y de puntillas, sin que apenas se diese cuenta, sentía como latía en cada bocanada de los gemidos de la azafata. Mezclado por el roce de las manos sobre la piel, percibía de vez en cuando el crujido del papel deslizándose por los labios húmedos del sexo ya castigado sin compasión. Los talones de la azafata sobresalían de sus zapatos, como si estos estuviesen clavados y ella, etérea, empezase a levitar sobre ellos. El olor, antes casi desapercibido, comenzó a protagonizar la calentura que desde hacía varios minutos recorría con estruendo todo su cuerpo. Imaginariamente daba lengüetazos al pezón ensangrentado y se sorprendió así misma por el pensamiento. Le repugnaba la sangre y jamás creyó posible que ese dolor extremo pudiese excitarle tanto.

De pronto, notó como una presa ejercía una presión soberbia sobre su cabello, tensándolo, estrujándolo con una energía inusitada y comprobó, que quién en realidad levitaba era ella y no la azafata. Tenía el culo apoyado sobre la repisa, casi sentada, con la falda subida hasta la mitad de los muslos y escuchó la voz leve, una orden tan efectivamente dada que dejó de mirar a la azafata para centrarse en los ojos de aquel hombre. No era enigmático, ya no, pero la respiración se le cortó al notar una lengua merodear en la frontera de los labios de su coño. Hizo un ademán, un gesto instintivo de bajar la mirada para comprobar lo que sabía con certeza que sucedía, pero un tirón de pelo se lo impidió. Mírame, escucho mientras ya arqueaba la espalda por el hábil trabajo de la azafata.

Ella sabe lo que es, lo sabe desde hace mucho. Te puede parecer extraño, bizarro, seguramente no juzgas, eso te dices, pero la realidad es que todos lo hacemos. Tú lo has hecho conmigo y yo lo he hecho contigo. Tras la cortina lo hacías con ella y sigues haciéndolo. Te preguntas por qué, te preguntas cómo, qué sentido tiene, seguramente pensarás que quizá tengamos problemas, que somos unos locos, o unos desviados, que somos pervertidos, unos viciosos. Quizá seamos todo eso, quizá. Todos tenemos deseos que queremos que estén ocultos a los demás porque nos avergonzamos de ellos. Ella no se avergüenza de lo que es, porque no hay vergüenza en ello. Tus pensamientos contradictorios, los que me enseñas con tus ojos mientras disfrutas, mientras sientes el orgasmo de nuevo recorrer tu cuerpo, mientras sientes como se precipita y te envuelve con ese calor que tanto deseas, está en lucha con el miedo, miedo al dolor, a los desconocido, a ti misma por descubrir que es posible que lo que miras al espejo cada mañana solo sea un envoltorio. Todo esto son suposiciones. Ahora, córrete, dijo.

La voz, la voz. Fue tan rotunda, tan cálida que simplemente actuó como un interruptor. Después los espasmos fueron tan brutales que apretó las piernas contra la cabeza de la azafata que no dejó de lamer, sin descanso, haciendo lo que mejor se le daba, dar placer. Uno tras otro, se agolpaban con la voz reverberando en su cabeza, entrando en un frenesí tan profundo que hubiese sido capaz de hacer cualquier cosa, de dejarse hacer cualquier cosa, sin embargo, él simplemente agarraba con fuerza su cabello, tirando de él hacia arriba para que no cayese descompuesta al suelo. Entonces, entre la bruma del placer retirándose, escuchó un: ya es suficiente y abrió los ojos. Vio a la azafata de rodillas ante ella, con la cara empapada en flujo y una mirada de satisfacción por haber hecho lo correcto y sobre su cabeza, la mano firme acariciando con dulzura su pelo alborotado.

Al placer se le sumó esa sensación de poder que da el triunfo, aunque no sabía cómo se había producido.

 

Wednesday

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