Se presentó juguetona, como otras veces, sabiendo que no es que le fuese a sorprender, pero segura de que se lo iba a pasar en grande. Tampoco era la primera vez que iba en ropa interior y solo con una gabardina por encima. Era uno de sus juegos favoritos. Cuando la puerta se abrió, no esperaba lo que vio. Vestido con un smoking, peinado con gomina, la barba arreglada y la pajarita perfecta. Sintió que había metido la pata pero él sonrió nada más verla. Su juego se había convertido de repente, en el de él. Nos vamos a la ópera, dijo.

No le pegaba, cualquier otro sitio. Se hubiese podido imaginar que le llevase al lugar más sórdido de la ciudad y podría esperar allí cualquier cosa, pero ¿la opera? Cuando llegaron se sintió incomoda, fuera de lugar pero él le tranquilizó advirtiendo que era el centro de atención de muchas miradas. Esperaba no tener que quitarse la gabardina, el bochorno sería espectacular. Caminaba de su mano con la mirada en el suelo, asustada, pensando que todo el mundo sabía que iba medio desnuda debajo de aquella gabardina. Sus tacones resonaban más que los demás, o al menos eso creía, cuando notó entonces la presión firme en su mano y eso le tranquilizó. Levanta la cabeza, le dijo en un susurro y ella así lo hizo. Subieron unas escaleras, despacio y siguiendo el ritmo de él, le obligaba a contonear las caderas y le apretaba aún más fuerte la mano. Entonces se le ocurrió preguntar: ¿Por qué la ópera? Él se paró y le miró a los ojos, sonrió y contestó: ¿Qué mejor lugar para averiguar si tu orgasmo puede luchar contra el silencio?

Se sentaron en un palco compartido, ella sentada a su derecha y con una visión espectacular del escenario. Las luces se apagaron pronto y las primeras notas de Turandot de Puccini envolvieron su ánimo. Durante muchos minutos no pudo concentrarse, esperando que él hiciese algo, pero solo mantenía su mano agarrada con firmeza, concentrado en lo que escuchaba, disfrutando. Con el paso del tiempo se fue relajando, dejándose llevar por la belleza de la música. Se percató de que era la primera vez que iba a la opera y no entendió como había tardado tanto en hacerlo. Al final de ese pensamiento sintió como el cinturón de la gabardina se deslizó hacia un lado. Se puso en tensión y le miró. Impertérrito y concentrado en la música, así estaba. Pero para ese momento su gabardina se estaba deslizando hacia los lados dejando al descubierto su cuerpo cubierto tan solo por la ropa interior negra y perfumada. El olor del perfume lo inundó todo cuando sintió liberada su mano. Él se acercó a su oído y le susurró, “te voy a hacer daño y te te voy a dar placer, en cualquiera de los dos casos, espero que tengas la puta boca cerrada.”

La voz ronca fue suficiente para que su coño se empapase.

 

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