En tus deseos sueles encontrarte con tus miserias.

Que sonase Blackout de Scorpions no era coincidencia. Cuando notó las manos tapar la boca y la nariz, le hizo abrir bien los ojos. Después de semanas taladrando su cabeza, hora tras hora, ronroneando como si eso sirviese de algo, aguantando ideas maquiavélicas y manipuladas sobre tener una “compañera” a la que “adoptar” y hacerla su igual, creyendo que eso era lo que él deseaba. Esa manía a veces rocambolesca de creer que podía entrar en su mente para sacar recuerdos o deseos escondidos, como si de una prueba se tratase, no hacía más que abocarla al verdadero enfrentamiento de sus deseos. Ella los plasmaba hermosos, con detalles incluso, toda armonía y felicidad como si de una familia perfecta se tratase en donde cada uno disponía de su estado perfecto y su sitio adecuado. Dónde se compartía por belleza y no por vicio  y que este en realidad se había transformado en un acuerdo racional donde los sentimientos iban de la mano de cada uno de los actos.

“Abre los putos ojos y mira que es aquello de lo que tanto disfrutas en lo más profundo de tus deseos.” Tapó su boca, ató su cuerpo pegado a la pared e inmovilizó su cabeza para que pudiese observar aquellas sombras reflejadas en el fondo de la caverna, sombras que hoy le parecerán monstruos. Hizo entrar a una mujer, hermosa, muy hermosa, más de lo que era ella, con un cuerpo casi perfecto, juvenil incluso. Agarró su pelo y arrancó la poca ropa que aún llevaba encima. Tiró de su cabello e hizo que se arrodillase. Entonces se giró y le clavó la mirada en los ojos, esa mirada que ella sabía y disfrutaba porque era imparable, pero no iba a ser hoy así, hoy esa mirada iba a ser para otra y un latigazo imaginario e infinito partió su cuerpo en dos. Después vio como sus manos, que hasta hoy eran solo para ella, castigaban aquella piel perfecta y extraía gritos y gemidos sin parar mientras le rogaba que no parase, que lo hiciese más fuerte, que destruyese su cuerpo y su alma para recomponerla en el altar de los orgasmos, como si fuese una ofrenda que sacrificar.

Cuando los ojos se le inundaron de lágrimas, a las dos, una por el placer y el dolor y a la otra por la tristeza que empezaba a hacerle comprender aquello que deseaba, se acercó y desató los nudos, quitó la mordaza y le susurró al oído, “ahora, come a tu hermana, si tanto lo deseas, y hazlo hasta que se corra y sin tocarla. ¡Hazlo!” terminó gritándole. Lo hizo mezclando la saliva, las lágrimas y el flujo, pero no conseguía que se corriese. Entonces no lo pagó con ella que era lo que deseaba. Las bofetadas, todas iban para la otra, en la cara y en las tetas, le puso unas pinzas muy apretadas en los pezones que le hicieron arquear la espalda. Aun así no dejaba de lamer, esperando y deseando que se corriese para evitar ver cómo le castigaba pero pensando en que si lo hacía quizá tampoco habría premio y fuese para la otra. Cuando se corrió, se acercó y le agarró el pelo, tirando de él con fuerza. “Ahora, ve al rincón y quédate allí de rodillas. No quiero oírte ni respirar“. Sollozando se fue a gatas hasta el rincón mientras comprobaba como ella se esmeraba en comerle la polla, su polla pensó. La rabia se abría paso entre sus pensamientos cuando vio como utilizaba el cinturón que ella había sentido tantas veces, las varas, las cuerdas, todo lo que hacía que ella fuese lo que era para él. Se sintió desprotegida, compungida, hundida en su miserable deseo y lloró sin consuelo.

Cuando él terminó, se acercó a ella y se arrodilló. “¿Pensabas que haría otra cosa? ¿Qué quizá utilizaría otros instrumentos, que la trataría diferente cuando tú deseabas que fuese una igual? ¿Creíste que la elegiríamos juntos, como si pasásemos por el escaparate de una pastelería y señalásemos aquel que más nos gusta? ¡Qué coño crees que es esto! ¿En serio piensas que puedo dedicar más de un minuto con sentido a alguien que no eres tú? Una cosa es que quieras jugar con otra y otra muy diferente hacer que esa otra sea como tú. Parece que no te enteras de cómo funciona esto y te has dado cuenta ahora. ¿De verdad quieres sentir que ya no eres única cuando es lo único que yo deseo? Si quieres vivir en un estado de ceguera temporal, te has equivocado de dueño“. Se levantó, se vistió y volvió junto a ella. “Ahora, ayuda a que se limpie, se vista y acompáñala.

 

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