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Aquel día de cielo brillante y diáfano, de una azul pulcro y eterno hasta donde los ojos alcanzaban, se había terminado la cosecha. La ropa empapada en sudor se pegaba por la brisa que mecía las plantas como si un gigantesco soplido quisiera que se mantuvieran inclinadas unos grados a la derecha. El viento del oeste era constante y áspero, y de vez en cuando, traía partículas diminutas que se enredaban en el pelo, recogido en una larga coleta y cubierto por un sombrero viejo de paja. No había nada atípico en ella. Los vaqueros desgastados y rotos, las botas viejas de caña, un pañuelo azul a medio salir de uno de sus bolsillos, la camisa de cuadros con las mangas cortadas por los puños. El sol, implacable, había dorado la piel algo agrietada por las últimas semanas de trabajo a la intemperie. Los dientes blancos, escondidos detrás de unos labios carnosos y ajados buscaban el agua como alma que lleva el diablo, intentando volver a su estado natural y sonrosado.

El silbido sonó lejano, escondido por el viento y se estremeció. Escupió un poco de agua sobre la hierba salvaje, se giró y comenzó a caminar hacia el secadero. Tenía cierta gracia. Todo tenía que ver con él de una manera o de otra. Sobre el dintel de la puerta una pequeña W. La primera vez que la vio sintió curiosidad, pero sintió un poco de decepción al averiguar que se debía al tipo de construcción. El secadero era del tipo Wisconsin y no era demasiado grande, aunque tenía dos pisos divididos por un pasillo central. A cada lado, las celdas, comunicadas entre sí para que el aire caliente circulase de arriba a abajo y viceversa. Al fondo, la última celda tenía su nombre. Caminó hasta la puerta, hizo una pausa y entró.

La penumbra no le impidió sentirle, notando como la afilada hoja cortaba la tela con una maravillosa lentitud. Aquellos momentos los vivía con magia, podía centrarse en sus sentidos, interiorizar cada segundo, recordando los pasados y esperando que algunas cosas cambiasen desde la última vez. Cuando la ropa desapareció de su piel y reposaba en el suelo, notó como las piernas se separaban forzadas por unas manos ásperas y cálidas. Los grilletes se cerraron alrededor de los tobillos y tintineo de las cadenas arrastradas por el suelo hasta que quedaron relativamente tensas. Del pelo, tirado hacia atrás, se desprendió el sombrero que rodó por la espalda hasta que, desde el culo, trazó un ligero arco que le llevo hasta el suelo. Cayó sin ruido. La respiración profunda y fuerte penetraba en sus oídos como una melodía hipnótica. Disfrutaba tanto aquellos preparativos tan minuciosos y lentos, un auténtico ritual alejado de las prisas. La luz que entraba por las rendijas del ventilador situado en la parte de arriba, creaba una atmósfera que en un tiempo fue claustrofóbica y que ahora, le permitía concentrarse y entrar en una especie de trance.

Las manos pasearon por los costados hasta las axilas, levantado los brazos y cerrando alrededor de las muñecas unas muñequeras de cuero que se ajustaron a la perfección. Después el siseo de la cuerda tensándose y estirando los brazos. Estaba lista. Comenzaba la época de recolección.

 

Wednesday

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