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No entiendo las directrices genéricas, esas que aquellos que creen disponer de una sabiduría que a mí se me escapa, intentan imponer como si saliesen desde el mismo centro de las entrañas del conocimiento. El individuo es tan complejo en sus emociones hacia los demás como simple en las suyas propias. Pero eso no hace que las cosas cambien demasiado. A mi izquierda tengo el libro no escrito del bdsm, ese libro que se impone con sus códigos de conducta, de vestimenta, de derechos adquiridos y deberes poco planificados. Ese libro que da derecho, según en que lado estés, a despotricar, a aseverar con gentiliza incluso que cualquier punto de vista alejado del no escrito es una infamia. Ese libro que pretende contener una sabiduría global de los sentimientos infinitos de muchos, pero que no acoge nada más que estupideces banales, repetidas una y otra vez, saciando con repugnancia lo que una relación D/s debería ser. Y esa es la condición del verbo, una posibilidad cierta o no que nunca se cumple porque se aferra con tanta fuerza a lo imposible que dejamos de verlo como tal.

Una relación D/s es exactamente igual que una relación donde no se da ese binomio. No hay ninguna diferencia. Existe el amor, el desamor, el apego, el desprecio, el afecto, el cariño, las caricias, los pensamientos, los deseos, los cumplimientos. Todo, sin excepción. Los de este libro de la izquierda asumen y perpetran sin vergüenza ninguna el atraco al sentido común más grande que ha existido. Ellos, están por encima de todo ello, cualquiera que no sepa ni conozca una relación D/s no conoce la verdadera entrega. Y se quedan tan panchos, con dos cojones.

Luego está el libro de la derecha, pero está en blanco, cada uno lo rellena como le viene en gana, se convierte en best seller y queda denigrado ipso facto.

Y parece que el sentido común brilla por su ausencia, como si vestirse con él hubiese quedado desfasado en este siglo XXI repleto de ceros y unos corriendo raudos por los canales de la ignorancia. El sentido común del que algunos rehuyen rebuznando sus saberes infinitos de maestros de ceremonias. No hace más daño esa imposición, ese empapelamiento tecnológico que hacen algunos, los más doloroso es que muchos giran la cabeza y dan de lado el sentido común porque quizá ya no se estila y para estar en el meollo del asunto, en el grupito molón de “hey, yo soy amo y arrodíllate y disponte a llamarme de usted, señor, maestro, tutor, comodoro, almirante y de vez en cuando rey absoluto de todo lo que eres y serás.”

Mientras no pongamos cordura, esto seguirá así y así seguirá porque la misma cordura y la razón hace mucho nos abandonaron a nuestra suerte. Todo al negro.

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