Falling in love

El mundo es perfecto. Mantiene el equilibrio. Está donde tiene que estar y funciona como si con él no fuese la cosa. Nosotros en cambio pertenecemos de alguna manera a dos mundos. El que tenemos y el que queremos vender. Uno podría pensar que, cuando está integrado en el bdsm eso cambia porque lo que vendes lo demuestras con hechos y palabras. Sigue siendo humo, con cuero a veces, pero humo. Los arquetipos a los que recurrimos siempre son los mismos, quizá con matices que dan un toque diferente aquí o allá, pero ellos buscan la perfección física, la libertad y la comprensión de lo que uno es, sin preguntas, sin reproches, sin que en algún momento pueda sonar una reprimenda, o un enfado por algo ya avisado. Pero no se avisa, porque eso, aunque en un principio sea lo más interesante de uno, su libertad, su hacer, su desapego a sentirse atado a nada, lo escondemos para poder tener la presa que anhelamos.

Ellas a cambio, buscan la fiereza y la ternura, a partes iguales, la empatía hasta grados sobrehumanos, la capacidad del sonrojo más salvaje con la caricia más pausada. El humor y la risa envuelto todo en una inteligencia sostenida, ni demasiado acentuada ni poco descubierta. La mezcla perfecta, un Sex on the beach en la boca que sepa a mojito en la mente y a tequila reposado en el coño. Pero seguimos escondiendo la caza, la de ellos física y temporal, la de ellas posesiva y atemporal.

El amor les nubla, a ambos, nos llenamos de abrazos y caricias, de animales domésticos y colores que jamás imaginamos tener cerca, de reuniones aburridas, de paredes lo suficientemente endebles como para olvidar lo que significa empotrar nada en ellas excepto un Monet comprado en un mercadillo de esos que odiaste siempre, odias ahora y odiarás el resto de tu vida. Abandonaste la cerveza por el vino y ella el whisky por el pomelo, que tonifica y limpia aunque te encantaba lo golfa que se volvía cuando os bebías el Nilo juntos. Acaricias tu música que casi no escuchas porque no hay tiempo para la melodía y te das cuenta de que has pasado demasiado tiempo sentado en la misma silla.

El mundo es perfecto. Mantiene el equilibrio, por eso el amor consigue que gire, porque sabe lo que quiere de nosotros. A veces este mundo perfecto se salta sus reglas y deja que el viento que sopla con fuerza golpee tu cara, saborees la arena y compruebes como la sal suaviza la piel de unos muslos prietos. Es cuando sonríes y ves su torso salvaje y su pelo arremolinado cayendo sobre su barba. Os miráis, y pedís una copa de vino y un zumo de pomelo, quizá hoy, una sesión.