Inmóvil, completamente. Cuando le hizo tumbarse sobre aquella vieja y robusta mesa no imaginó que sentirse completamente inmovilizada le fuese a angustiar tanto. Mientras, él hablaba despacio. Antes de todo aquello le fue quitando la ropa con lentitud exasperante mientras le relataba con las mismas palabras que ella había pronunciado antes, lo que deseaba y necesitaba. Pronto se dio cuenta de que la mesa no era una mesa al uso. Una argolla en la parte superior, dos en los laterales y otras dos en la parte inferior. Parecía más una mesa de tortura que otra cosa y eso hizo que se excitase. En realidad sentía que por ´fin iba a sentir todo aquello de lo que tanto habían hablado.
Pero cuando sintió las cuerdas ajustarse más de lo normal entendió que algo no iba bien. Cuando sintió como un grillete para el cuello solo le permitía girar ligeramente la cabeza, empezó a ponerse nerviosa. Y solo fue el comienzo. Él seguía hablando, tranquilo mientras iba enseñándole agujas, bisturís, cuchillos, ganchos, cuerdas hasta que la imaginación empezó a jugarle malas pasadas. Entonces su tono cambió.
“Felonía…¿sabes lo que significa? Imagino que sí ya que has demostrado cuan inteligente eres. Me rijo por tres principios básicos, tres acuerdos que entendiste a la perfección cuando te los expuse. Tan solo tres. No es muy complejo de comprender ¿verdad? Pero aquí estamos, tú y yo, en una situación que dista bastante de que esos tres principios hayan quedado lo suficientemente claros, para ti.”
Estaba enfadado, o rabioso sintió ella. Quiso hablar pero él lo tenía todo predispuesto. La mordaza se lo impidió.
“¿Qué problema tiene el ser humano, que cuando se le pide amablemente que no abra la boca, hace el mayor esfuerzo para no mantenerla cerrada? ¿Qué problema acucia en tus entrañas para transformar mi confianza y mis secretos en una prostituta que todo el mundo puede contratar? ¿Qué problema no vi en ti para no darme cuenta de lo hija de puta que eres?”
Se quedó sin aire, no podía respirar ante las afirmaciones. Entonces él se puso detrás y comenzó a extender sobre su cabeza film transparente. La angustia se convirtió en miedo. Casi no podía respirar hasta que abrió una abertura sobre su nariz. El aire entró a borbotones. Gimió intentando explicarse, quizá si le quitase la mordaza pudiese convencerle.
“No te esfuerces, no hay nada que vaya a cambiar mi forma de pensar ni de ver esta situación. Lo más triste de todo es que ya no deseo hacerte daño, ni darte placer, ni conseguir ese instante donde sumergida en el sub espacio, puedas verte como lo que querías ser. No lo deseo ni tengo fuerzas para ello. Todo eso se ha transformado en desprecio. Si cualquiera de estos instrumentos tocasen de nuevo tu piel, me darían ganas de vomitar”.
Las lágrimas luchaban por recorrer su rostro, pero el film lo impedía, acumulándose en sus ojos, empapados y sumergidos en el llanto. Intentó gritar pero de nada sirvió.
“Has desperdiciado lo más valioso que te di. A mi mismo, que es más de lo que nadie conseguirá jamás. Y lo has destruido todo en un día. Es lo que te ha durado tu sumisión. Ahora, cuando te libere de estas ataduras físicas, cuando te deje respirar de nuevo y puedas articular palabras al quitarte la mordaza, espero que no hables, ni lo intentes. Espero que te vistas y llores fuera de mi vista y lejos de mis oídos y que nunca más vuelva a saber de ti. Tan solo espero que esta lección sea lo suficientemente dura y sencilla para que no cometas el mismo error. Tres principios básicos fue lo primero que te dije y fue lo primero que rompiste.”
Arranco el film, libero las argollas y le quitó la mordaza. Fue a decir algo pero el grito retumbó frente a su cara, apenas unos centímetros.
“¡Vete de aquí!”
Wednesday