Siempre maniatada, sus deseos y sus pensamientos golpeaban una y otra vez el muro de la incomprensión. Quizá no era lo suficiente habilidosa para dejar ver ese lado oculto que tenía, se decía, pero por otro lado, hacía mucho que se había percatado de que su inteligencia, estaba por encima de la media. Sin embargo, el miedo acuciaba cada segundo de su existencia. Ni siquiera ocultándose entre las sombras y saliendo a hurtadillas de su mundo real para introducirse en ese esperanzador mundo perverso, contenía su fuego.

Pocas veces había sentido como alguien era capaz de retener y contener ese ardor. Por desgracia fueron instantes efímeros que no perduraron en el tiempo y que finalmente, abrasaron todas sus esperanzas y a todos sus partenaires. La soledad era ya no un antojo, sino una necesidad ante los envites violentos de la incompresnsión. Pero era sorprendente como quién más rechazaba su ser no eran los neófitos o los que desconocían sus prácticas sexuales. Normalmente eran los propios eruditos, los que se hacían pasar por adalides del bdsm los que le condenaban a un aquelarre de desprecio por su necesidad imperiosa de sentir con firmeza la temeridad de un dominante ajerno a los esterotipos. Pero no había, el fuego consumía su piel de deseo y su sexo ardía de desesperación. El dolor que necesitaba nadie era capaz de proporcionárselo. Los sadicos disponían de su cuerpo y se rebozaban en su propia gloria para su desdicha. ¿Y que era ese dolor para ella? solo eso, dolor. Ninguno era capaz de transmitir ni un ápice de lo que ella pretendía.

Los que la inmovilizaban simplemente retrasaban lo inevitable, su huida hasta la siguiente parada. Los spankers, sonreía cuando pensaba en ellos. Creían sostener la pirámide de todo aquello, ese altar donde ellos practicaban y practicaban sin descanso pero nunca mejoraban. Nadie aplacaba su sed de comprensión en cada uno de los azotes. Sólo la cercanía de estar sobre las rodillas lo conseguía, pero solamente lo sentía al inclinarse, luego, nada.

Probó el medical, las momificaciones, los potros, las máquinas, la sangre, las ardientes lluvias, la presión psicológica, pero cada vez disfrutaba menos. Se preguntaba si quizá el problema era ella por no encontrar aquello que más buscaba, pero a fin de cuentas la respuesta la encontraba rápido cuando hablaba con cada uno de aquellos hombres a los que, y su modo de pensar cambió al escucharse a sí misma decirlo, les permitía hacerlo. Dio vueltas a aquello, ese permiso, ese permiso, ¿no debía venir de quién en realidad la poseyera? Pero aunque la pregunta tenía todo su sentido, no llegaba a ninguna conclusión.

Todo movimiento, todo aquello que es consciente de sí mismo o no, tiende a momentos álgidos y a profundas depresiones. Nuestros puntos de inflexión siempre aparecen, siempre están aunque no los vemos ni podemos predecirlos. Ella pensaba que subía una montaña escarpada, llena de inmensas rocas que le impedían ver bien y moverse mejor. Pero no era esa la realidad. Lo cierto es que caía, pendiente abajo hacia su punto de inflexión, un mínimo que cada vez era más oscuro para ella, pero más luminoso para su necesidad.

El fuego se combate con fuego, y nada como una mirada oscura puede cambiar esa tendencia. Curioso es que esa oscuridad iluminó el resto de su vida.