El fuego purifica. No es verdad pero queda muy bien decirlo. El fuego duele de cojones. También lo de las marcas se ha puesto de moda y es lógico. Tener tatuajes es muy trendi así que como es de suponer, lo que impera, sirve como marca de estilo. Y claro, en esto de la moda, una sola cosa es poco. Escarificaciones, piercing, marcas al fuego… No lo niego, soy un puto fanboy de esto último y me pone como no os podéis imaginar.

Ese calor, ese dolor, esa piel mancillada por el calor y el metal, ese grito ahogado pero sobre todo, el cariño con el que uno debe cuidar aquello que ha marcado. Si el collar como protocolo a mi me parece una soplapollez y sólo lo entiendo como algo conceptual, la marca de fuego es todo. Es una contradicción, lo sé. Mucho lilili y luego lalala para venir a contrariar aquello que critico. Pues si, nobody´s perfect.

Hay una pequeña diferencia, sutil quizá. El collar, como marca protocolaria, tiene el pase de la ofrenda, de el acto íntimo de la entrega y la recepción. Cuando eso es así, es perfecto. Cuando se convierte en un circo, es lo mismo que llevarla al cine y pagar las palomitas. La marca no es una cuestión de posesión, ni siquiera como símbolo de “hey, es mia” o “hey esta es su marca y soy suya”. La marca es simplemente, sencillamente, la muestra íntima que la sumisa va a tener de pertenencia física a su amo, algo que con un sencillo roce podrá recordar, algo que con una sencilla caricia le calmará. Eso es la marca, intimidad absoluta.

Luego el tipo de marca cada uno la gestiona como le sale de los mismos. Algunos equiparan la marca al fuego con la marca de las reses. Allá ellos. No saben de que va la cosa esta del bdsm. Las reses se marcaban para evitar su robo por los cuatreros. Nada que se parezca. Ahora hay otro tipo de cuatreros, es verdad, aquellos que no respetan ni a la mujer, ni a la tutelada, ni a la sumisa y desde luego al dominante.

Y el dicho es muy claro, los cuatreros a la horca y yo de nudos, se bastante.