Se miraba las manos, agrietadas, manchadas por el paso del tiempo, cetrina y extrañamente traslucida. Casi no recordaba la última vez que fue capaz de disfrutar de las cuerdas. El tiempo pasa extrañamente despacio cuando la memoria recorre el mismo camino rauda y sin misericordia. Los huesos se resistían cada día, esforzándose en sostener el cuerpo, los músculos desgajados y los ojos perdidos en sus recuerdos. Cuando se miraba parecía que se materializaba ese instante donde las lágrimas van a hacer su aparición, creando un telón húmedo y vacuo que abarca todo el iris. La memoria, ese remordimiento sangrante que no te deja dormir pero te mantiene vivo le permitía dar un paso tras otro mientras el viento frío del final de su camino empezaba a ser más que patente arañando su rostro.
Hacía tiempo que se había marchado pero los rastros de la cera seguían en el suelo. No los quiso limpiar nunca y procuraba caminar sobre ella con los pies descalzos, intentando imaginar la tibieza de la piel recibiendo el calor abrasador cuando goteaba sobre los pezones. Se miraba de nuevo las manos mientras el cuello imaginario formaba el molde perfecto y se retorcía esperando las fauces otrora poderosas. La cera creó rios caudalosos y afluentes efímeros que recorrían con fogosidad sus recuerdos y ella, con la mirada crepitando tan solo gemía en el eco vacío de su pasado.
Venas superficiales que latían en su memoria recordando como el líquido hirviente se deslizaba con pausa mientras se endurecía y las yemas de los dedos descifraban. Latientes mientras la respiración se hacía acompasada y la oscuridad de su alma coincidía con la de la mirada, perversa e imaginativa. Se sentía codicioso en aquellos instantes y la vorágine a veces se le escapaba de las manos. Ofendía a veces a la piel acercando la llama y la mecha se volvía iridiscente, crepitando nerviosa ante la cercanía de los pezones endurecidos y cubiertos de la ya endurecida cera.
Recordaba como su saliva goteaba a veces sin darse cuenta desde la punta de la lengua formando un rio gemelo al constante fluir de la cera líquida. La luz creaba un espejismo entre los cuerpos y los líquidos y los gemidos atrapaban aquella belleza que se sublimaba cuando la espalda se arqueaba. Al final, la piel cubierta de la lechosa cubierta enamoraría su sonrisa.
El tiempo pasa y los recuerdos se pierden, inventamos momentos para hacer más vívidos aquellos que vivimos intensamente. Pero algunos, los que no logran cicatrizar, los que perduran como heridas abiertas, vuelven a nuestra memoria para torturarnos en el placer del recuerdo.
Wednesday