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Me importa bien poco. Lo ajeno me es indiferente porque no es más que un punto de vista. Y yo ya tengo el mío. Las normas, son mías. Las enseño, las explico, las comulgo y luego, las aplico, a rajatabla sin importar lo que eso conlleva en el entorno, solo en la piel y en la mente. Legajos tirados en el suelo que tienen ínfimo valor, todo lo contrario que las extremidades anudadas a mis deseos. A veces grito, escupo y las obscenidades no son bondad, son varapalos que rompen tímpanos y capilares. Luego el susurro que hace asomar el miedo, porque el grito, se entiende, se escucha y reverbera de una manera o de otra, pero el susurro escupido acojona como nada. Quizá en un momento de descontrol muy meditado, las herramientas dan un giro inesperado a la situación, pero nada como la palabra para mantener la tensión, para analizar los miedos y los deseos, para presionar hasta la desesperación y arrancar las lágrimas que siempre deseó dejar libres. Y el temblor de todo ello me incita aún más a seguir, a continuar, a presionar y blandir un único deseo, el de la subyugación, humillando cada poro, arrancando cada grito junto al cabello mientras la cara se deforma de dolor y de placer.

Descalzo me empapo, como me gusta, como me encanta, cambiando el frío suelo por el cálido charco, ahuecando las manos para recoger la saliva que gotea de esos labios hinchados, mezclados con la sal y la pintura. Notando las venas que soportan la presión del mordisco sobre la mordaza, las encías blanquecinas porque no tienen ningún lugar en el que esconderse y solo la bola centraliza ese encanto tan brutal. Los pezones petrificados, sensibles a la presión y al cambio de temperatura, soportando en incansable castigo de los dedos, agrietando el chillido y la carne mientras unas cuerdas se enroscan como si fuesen a mamar todo lo que contiene, cambiado el rosa turgente por el púrpura ennegrecido. Y más llanto, y más gritos.

El metal forjándose dentro de su culo y las vibraciones en su vulva generando espasmos que tiran de sus extremidades hacia todos los lados sin control ni sentido mientras agarro el pelo, esa coleta que antes hice con tanto cariño y ahora arranco con muy mala hostia. Luego aprieto el cuello, las venas pulsantes en mis yemas, cerrando el cauce de su vida mientras mis dientes rechinan, extasiado por una imagen absoluta de entrega y dolor. El cinturón llega a mis manos, pero el trance en el que estoy sumido no me permite recordar cómo llegó allí. Rodea ahora el cuello, ciñendo la hebilla a la garganta, apretando, un poco más y el horror en la mirada se transforma en calma cuando la palma de la mano comienza la la percusión.

El frenesí, el inexorable camino que me sume en un trance hermoso que termina en dos cuerpos encharcados y abrazados, con los ojos cerrados y las manos sintiendo el poder en mí y la subyugación de ella. Inexorable.

 

Wednesday

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