Entre el castigo que el dolor le producía y lo que la mente deseaba, lo que más le dolía eran sus noes rotundos. Eran como el sonido de una enorme piedra golpeando el agua de una poza demasiado profunda. Era inflexible y no fue la primera ni sería la última vez que esa negativa golpearía con tanta pesadez sus deseos. En mitad de la sesión, cuando el dolor se hacía insoportable y solo sus cuidados y su aliento, firme y duro como la piedra que chapoteaba en el agua de sus dominios, encontraba una luz inexplicable, un remanso de paz que era incapaz de disfrutar del todo porque pronto, el dolor volvía, desaparecía y se reencontraba con aquel lugar, una y otra vez. Esa era su magia, la de permitir que descubriera aquella sensación que irradiaba un calor tan bestial que cuando desaparecía temblaba de miedo por no poder volver a sentirla. Adicta y yonki a esa emoción que solo él era capaz de otorgarle. Pero después, cuando con su sangre pintaba ilustraciones de emociones contenidas, trazos irreverentes y bermellones, pequeñas gotas que hacían de su piel un buen refugio para la lluvia roja, solo le pedía descanso y paciencia.
La boca se secaba, su cuerpo dolorido, magullado, cortado y ensangrentado creía estar preparado y dispuesto para otra batalla en la que él sacaría todo el armamento disponible y ella sería el campo con el que regar de sangre sus ilusiones. De nuevo el no, como un puñetazo en el estómago, frenando su deseo, su adicción, su necesidad de estar en aquella playa a veces, planicie otras, llanura, desierto, selva, pero siempre un paraíso. Su edén, el que siempre quiso y solo él encontró. Luego le enseñaba lo que pintaba, para después borrarlo con los cuidados adecuados, dejando que la pintura de esa dominación tan especial secase y las cicatrices fuesen lo suficientemente duras para volver a abrir otras. Pero era tal el ardor y el ansia que mordía en relaciones sexuales menos intensas la mordaza que con tanta violencia le colocaba, notando el dolor de sus mandíbulas latiendo contra las ensoñaciones de su cerebro. Pero ni se acercaba y no lo comprendía.
A veces él disfrutaba de ella solo para él, sintiéndose el objeto más hermoso de la creación. Imaginaba entonces que el edén que ella disfrutaba, se abría para él. Quería pensar eso. Después, cuando las semanas habían pasado, la piel se había cerrado pero la mente continuaba abierta, volvía a abrir el paraíso para ella, más tiempo, más intenso y el dolor era el carruaje en el que ella, princesa en sus manos, atravesaba riendo a carcajadas mientras los gritos tiraban de él poseídos.
Entonces, cuando él limpiaba de nuevo los pinceles manchados en sangre le susurraba al oído con ternura. “La piel se cura, la carne también. Tarda más o menos, depende de lo profundo de mis deseos, pero la mente, pequeña, la mente si se hiere más de lo necesario, jamás se curará. Entiende los interludios porque son tan pesarosos para ti como para mí. Desearía descomponerte del todo para volver a construirte para mí, pero eso es imposible. Disfruta pues de las vistas y el paseo y deja que los gritos te lleven hasta el final del camino.”
Wednesday