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En la ducha se dio cuenta de que la tinta no se difuminaba ni se perdía como la sangre acuchillada de Psicosis. Sintió alivio y confort al saber que podría disfrutar de aquella tinta sobre su piel cuando se mirase al espejo, sin embargo, al contemplar la ropa que él había dispuesto para ella, sintió una punzada de vergüenza al dejar que todos los demás pudiesen leer aquellas palabras. Cuando se secó y se vistió se miró en el espejo. Se sorprendió al ver que no todo lo escrito se leía y prestó atención.

“Mi nombre es Sylvie y la piel sobre la que lees es un viaje sorprendente. Misteriosas imágenes que llevan a este pequeño mundo. Las dos reglas que deseo y que jamás romperé. Soy libre. Soy suya.”

Uniendo las letras que cada parte descubierta de su cuerpo enseñaba, podía leerse solo aquello que a propósito, él dispuso. Lo leyó en voz alta y se le encogió el estómago al recordarlas con su voz. Se perfumó ligeramente, se recogió el pelo de manera informal, se pintó los labios de rojo intenso y salió de casa. Durante el viaje en metro notó las miradas penetrantes de hombres y mujeres, curiosos, observando un mensaje íntimo y profundo, expuesto para que todos lo leyesen y quizá alguno comprendiese. En esas miradas se perdía, en los gestos que producían las letras y su cuerpo se elevaba y trascendía, comprobando que la sutileza puede ser una arma poderosa y una manera que sin estridencias coloca a cada uno dónde le corresponde. Le sentía junto a ella, susurrando, abrazando su cintura pequeña y apretando con fuerza mientras clavaba los dedos en el abdomen.

Sin lugar a dudas al mirarse en los cristales de las puertas y ver su reflejo, se sintió más sometida que nunca, sin estar a su lado porque ya se había encargado de ello incluso cuando no estuviese allí. Era lo más parecido a una marca indeleble y en realidad llevaba sus letras sobre la piel, llevaba encima lo más importante de él, esa esencia tintada de negro, esa manera brutal de decirle que ella era su posesión y que con solo cerrar el puño, exhalaría todo el aire de los pulmones. ¡Cuánto poder desde la ausencia! Recordó el olor de la librería, del cuero de su ropa incluso del polvo de su botas, de como su voz se difuminó en el tiempo y deseo volver a verle un segundo más para entender que misterio le recorría y se llevaba tras él, sobre los hombros. Y ahora, meses después, aquel cuerpo de anchos hombros había sustituido sus entrañas y sus vísceras y solo había dejado la cubierta, el exterior hermoso que siempre había sido y aquella mente alocada que por fin encontró un sentido a cada cosa.

Cuando se sentó a tomar café, el termo que siempre llevaba con ella no podía eclipsar el hermoso rostro de aquella mujer que conoció el día anterior en el despacho. Se levantó sonriendo y con las mejillas sonrosadas. Hola Sylvie, buenos días. Y ambas se abrazaron

 

Wednesday

 

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