Me paso la vida viendo como adornan las cajas donde queremos meter la vida de los demás. A veces colaboro ante tanta dulzura, azúcar deshecho que vamos untando para sacar sonrisas, aunque sean falsas. Se crean lazos, vínculos, afinidades, lícitas y hermosas. Así somos los hombres y las mujeres, deseosos de encontrar la valentía del orgullo porque nos comen las polla con verbo ágil y acariciamos el pelo en señal aprobación. Y las cadenas de acero se convierten en enlaces virtuales tan firmes como el papel imaginario donde se enlazan.

A todos sin excepción nos gusta la adulación, nos hace sentirnos más vivos, nos hace creer que somos mejores para nosotros mismos y para el que nos adula. Nos hace sonreír y a veces, hasta nos la pone dura o moja las bragas que viene a ser lo mismo. Pero la adulación pública cansa, no porqué sea necesaria sino porque no le importa a nadie. O si.

Hablaron de ti, gestaron una reputación que no necesariamente podía ser verdadera, pero ahí estaba y había que estar a la altura. Y aquí estamos ¿verdad nena? Tú y yo, frente a frente, sin intermediarios digitales, sin esas fotos chorras en las que querías demostrar toda tu entrega como si eso me conmoviese, sin esas frases ampulosas de adoración desmedida que quizá mucho envidiarían y que seguramente tú escribías pensando que me satisfacían. Y sin embargo te acuciaba con cautela para que dejases esos inventos de poser y postureo porque a mí ni me seducen ni me aportan una puta mierda. Creyendo entonces que tu entrega era mucho más poderosa por esos contenidos vacíos cuando en realidad lo único que hacías era adornar un escaparate en la milla de oro del BDSM, colocando formas y figuras, telas y complementos, artilugios y carteles donde se podía leer, “soy una perra a tu servicio y lo hago público, me evidencio para que compruebes hasta donde soy capaz de llegar por ti“.

Pero llegas tarde, mal y mirando hacia otro lugar,  donde yo no estoy porque todo eso lo puedes hacer cuando estás a mi lado, y ese es todo el valor que tiene, hacerme comprender que tu silencio, tu impronta es el sonido de tu voz acariciando mi piel. Entonces, en mi ignorancia me sentiría satisfecho alegando en mi descargo que realmente eres lo que aparentas ser. Pero la vida, está visto no es así y por terrible que parezca, antes de ser mía debes en cierta medida ser de los demás, con la presteza que te da la sabiduría de la masa. Las puerta se abren, se cierran, algunas incluso se derriban pero en nuestro caso, esperaba que no hubiese puertas que abrir, cerrar o derribar. Me gustan los espacios diáfanos donde las sensaciones y las emociones se aprecien en toda su simpleza y complejidad.

Adúlame, me gusta, pero me gusta saberlo solo yo.

 

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