La fea costumbre

Tenemos la fea costumbre de pensar que cuando no nos hacen caso es porque les importamos una mierda. Es una fea costumbre, sí, porque anteponemos nuestras necesidades afectivas o sexuales a los motivos reales, que bien pueden ser que, por ejemplo, les importemos una mierda dicho sea de paso, pero es lo que hay. Esa necesidad de sentirse constantemente pensado toca bastante las pelotas. Un mensaje, dos, tres, diez, seguidos, ¿para qué esperar un poco? Entonces aparece el supuesto desinterés y el emisor de los mensajes da por hecho una serie de circunstancias y tramas donde el resultado final es el desinterés, el desprecio y el no valer nada.

Pues oye, que esto de los programas de mensajería instantánea que dicen si estás conectado, cómo, cuando y donde, si te tocas el ciruelo con la derecha o con la izquierda o si te pica el culo, empieza a ser bastante cargante. Ayer estabas conectado a las dos de la noche y no contestaste ninguno de mis mensajes. Pues vas bien nena, tienes pinta de ser una lumbreras. No te he contestado bien porque no he podido o casi con toda seguridad porque no me ha salido de la polla. Quédate con la que más te convenga.

Entonces aparece la gran maquinaria de las redes sociales, puestas al servicio de tocarte más la moral que a difundir algún que otro mensaje con sentido y entretenido. La búsqueda comienza, y las indagaciones y pesquisas se montan peliculeras, pero es que todo esto de internet es muy cinematográfico. No podemos tener la puta santa paciencia de esperar a que te contesten o pensar que si no lo hacen es que pasan de tu puto culo, una pena oye, pero la vida es durilla, a veces. Por suerte ya se te ocurrirá algo y te saldrán amiguitos de un sitio o de otro.

Que fea costumbre esta de no tener paciencia.