Llamó a la puerta que nunca estaba cerrada. Era la primera vez que él llegaba antes que ella y también era la primera vez que le veía en traje. Una mezcla extraña la elegancia y el descuido de la barba y el pelo. Se vio incomprensiblemente atusando su barbilla, colocando los rebeldes mechones oscuros y blancos y como sus dedos, se perdían sin remisión en aquella espesura. Pasa, le dijo y volvió a la realidad de la luminosidad del despacho. En la mano llevaba el termo como ya era costumbre. Cuando se acercó a la mesa vió las anillas, alineadas sobre el tablero como se quedaron la noche anterior. Brillaban con la luz y el acero le pareció cálido. Cuando dejó el termo sobre la mesa observó como aquellas manos acariciaban las cuerdas que la noche anterior habían sido sometidas a la tensión del deseo y la violencia. Las trataba con cariño pensó, acariciaba las hebras y limpiaba con esmero las partes manchadas. Después, sujetó un extremo con la mano y ésta la llevó al hombro, deslizando el resto de la cuerda alrededor de su brazo y a cada vuelta, su mano apresaba el lazo. Cuando terminó, anudó al centro y la guardó en una bolsa de piel marrón oscura, avejentada por el tiempo.
Espero que lo de anoche no te asustase demasiado, le dijo con gesto serio antes de darle un sorbo al café. Por extraño que pareciese, ella no se sintió incómoda, aunque tartamudeó un poco al contestar. Me…me olvidé el termo, dijo ruborizada mirando fíjamente la cuerda que estaba recogiendo en ese momento. No pretendía molestar, pero no pude dejar de mirar, lo siento. Era una disculpa sincera.
Toma, le dijo acercando la cuerda. Cógela.
No supo que decir ni como actuar y él se dio cuenta. Tan solo siéntela. Es un objeto para casi todo el mundo, algo que se utiliza en momentos puntuales. Para mí no lo es, para otros, por suerte, tampoco.
¿Cómo hizo ayer eso? ¿Es algún tipo de simbología? Siento si pregunto demasiado, agachó la cabeza.
No hay simbología, solo la que tú quieras que haya. ¿Qué sientes cuando la tienes entre tus manos? La pregunta abrió una infinidad de posibilidades, pensó. No me digas todo lo que sientes, prosiguió, solo lo que la piel te transmite. Quiero…quiero sentirla. La voz se convirtió en un susurro. El siguió impasible y guardó silencio. Bebió de nuevo café, dejó el termo sobre la mesa, cogió la cuerda que ella sostenía y la guardó en la bolsa. Cuando desees algo, procura que no se pierda en el aire, dijo mientras cerraba la bolsa. Esos deseos pueden perderse, equivocarse, confundir, quien sabe. La firmeza de las palabras no está en el volumen, está en la fuerza con la que se expresa. No tengas miedo a pedir, ten miedo a hacerlo mal. No tengas miedo a equivocarte, ten miedo a hacerlo con la persona adecuada porque perderás mucho más de lo que ganarás. Colocó la bolsa sobre el hombro y se acercó a ella.
Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo grande que era en realidad y lo pequeña que ella se sentía a su lado. Córtate el pelo, le dijo tras la sonrisa, tienes un cuello demasiado hermoso para ocultarlo. Le acarició la cabeza y las piernas le temblaron. Pasó por su lado y salió del despacho.
Ella se quedó mirando el ventanal y aquella argolla que hasta la noche anterior le había pasado desapercibida. Se imaginó suspendida, entregada y en silencio y se dio cuenta de que esas dos últimas cosas le hacían sentirse plena.
Wednesday