Siempre tuve fascinación por tu curiosa forma de hacerme ver lo cerca que estabas de mí. Aun viéndote cada día, me hacías llegar una carta manuscrita donde me sorprendías con tu capacidad para asimilar el aprendizaje y tu deseo de seguir haciéndome sentir lo que soy. Era un ritual, coger el sobre y mientras tomaba un café, le daba vueltas, imaginando que habría en su interior, que fabulosa historia me sobrecogería y sobre todo, sentir el tacto del papel imaginando tu piel.
Historias fantásticas, envueltas en un aura de misterio blanquecino y puro porque así entendiste tu sumisión, no como algo oscuro o sucio. Desde el principio supiste que las cloacas son lugares apestosos a los que de vez en cuando es bueno ir pero que como norma, cuanto más limpio y cristalino sea el mensaje que yo te transmitía, mucho más rápido para ti era saber lo que eras y donde te situabas. No me idolatrabas, no magnificabas mi presencia ante ti, no prostituías un sentimiento que en cada letra que escribías se hacía más y más puro. El café cada día sabía mejor, como tu piel.
Disfrutaba recorriendo las marcas que te producía, imaginando lugares exóticos y dándoles nombres que te hacían reír. Y siempre me decías que tenía que viajar más, que tu piel era aun vasta para seguir haciendo lo que más me gustaba, marcarte. Todo en ti era un ritual, desde vestirte hasta maquillarte, desde sonreír hasta ejugarte las lágrimas, desde caminar despacio para mí hasta arrodillarte. Tus rituales se fusionaban con los míos y al final todo se convirtió en algo místico, alejado de la realidad, como si ambos estuviésemos elevados sobre este mundo terrenal, disfrutando de lo que eramos.
Era mi parcela, mi mundo entero, el tuyo, donde te sentías como una diosa a la que le daban cualquier capricho y yo como un dios también caprichoso que hacía contigo lo que más me gustaba.
Entonces, un día, las cartas dejaron de llegar, en mis dedos dejé de sentir tu piel a través del papel, el mundo que habíamos construido se derrumbaba letra a letra, poco a poco, y una tormenta de tiempo soberbio empezó a llevarse cada una de las epístolas salvajes y hermosas que habías escrito. Creí que ya nada iba a tener sentido.
Descubrí al despertar que ahora las letras estaban escritas en tu propia piel, adornando tus marcas, construyendo un mundo físico y eterno que cada día descubriría al abrir los ojos y verte a mi lado, entre mis brazos, de rodillas al pie de la cama, de pie bajo el dintel de la puerta con tus ojos sometidos mirándome con esperanza.
Tú eras y serás mi carta.