El aire se solidificó. Se convirtió en una masa informe dentro de los pulmones, pesada, comprimiendo todos los órganos de su ser. Ni siquiera la altanería era capaz de mitigar aquella presión, aquella sensación que jamás había tenido, insana y rabiosa. Y como un fulgor, puso sobre la mesa las cartas, dispuso el orden y el pulso firme, dejando que la rabia se contuviera y pensó en ella. Sonrió al principio pero los labios temblaron en la sequedad del ajado pellejo en el que se había convertido en aquel momento. Sintió como la vida se escapaba como un hilo. Miles de ellos saliendo por cada poro de su piel.
La voz trémula de ella cuando se colocó frente a él anticipaba el desastre. Tuvo que sostener su cuerpo porque sus piernas temblaban y no soportaban el equilibrio de la verdad. Incluso en los errores sobresalían sus virtudes. La franqueza y la valentía de afrontar el castigo ante los hechos. Se daba cuenta de que él, probablemente sería incapaz de hacer aquello, y aunque él fuese el dominante, el dueño, sentía como por sus venas corría la cobardía soterrada en los mandatos. Entonces el orgullo por ella se erigía en voluntad y le hablaba con pausa y mesura, controlando el caos interior, la rabia que hacía que se mordiese el labio y apretase los dientes con tanta furia que si se trasladase a la piel, la sangre y el púrpura cubriría cada centímetro de ella.
Frente a él se sobrepuso y le contó todo, lloró mientras pedía perdón y se deshizo de su miedo para apoderarse del suyo, el que él podría trasladarle, el del daño emocional que no se puede reparar. Ella se sentía sumisa, su sumisa, su propiedad, para ella él era su Dios, y la blasfemia de sus actos, injustificados pero también involuntarios, precedidos de erróneas enseñanzas, de praxis no resueltas, de estupideces decimonónicas basadas en estándares y cánones ridículos que ella como otras muchas, llevó a rajatabla.
Ella temía por el silencio mucho más que por el dolor, temía la lejanía y su arrolladora frialdad frente a la violencia de sus actos, temía que aquellos le devolviesen al recóndito lugar al que pertenecía. Sin embargo, en el error, en el estruendoso fallo, abrazó su cuerpo y lo apretó contra sí.
Serás castigada, es inevitable, no puedo dejarlo pasar, pero en los errores tan graves, debo compartir la responsabilidad y acercarte más a mí.
El hielo que siempre sentía y que ardía por dentro, por primera vez, se licuó sobre ella.
Wednesday