La seda se iba empapando mientras se deslizaba desde su cara hasta los pies, recogiendo en su camino cada gota de sudor envuelta en el intenso placer de la oscuridad de su deseo. Mientras sus ojos se acostumbraban a la escasa luz, se daba cuenta de que el temblor en sus piernas perduraba como esos tics nerviosos, espasmos involuntarios de los músculos deseosos de eliminar la energía sobrante. Sin saber como, los olores desaparecieron y las imágenes, ya sí, se hicieron vívidas, impresiones abrasadoras que recorrieron su coño goteante como un caño de fuente. A ambos lados comprobó de reojo cuatro figuras ya entradas en años, posiblemente los que le habían manoseado con cierta pericia y deseo. Vio su cuerpo en una extraña figura para ella, con el tronco hacia adelante y las piernas separadas y flexionadas. Sabía que antes había estado en horizontal, flotando entre el placer y el aire denso por el sudor y el vicio. Ahora, sin embargo, tenía frente a ella a aquel extraño hombre que le había invitado a beber primero y después a participar en aquello.

Su primera sorpresa fue verlo plantado, enorme, inmóvil, clavado en aquel suelo oscuro con aquellas botas añejas, los vaqueros rotos, las cadenas colgando en un lado de su pernera y una camiseta negra ceñida. En una mano sostenía un látigo, en la otra la correa de un perro, negro como la noche. Entonces comprendió quién…qué, rectifico, había lamido su coño de manera tan salvaje y sintió un escalofrío que no pudo diferenciar si producido por el asco o simplemente porque lo que sintió fue tan brutal que lo repetiría en ese mismo momento. Quiso poder soltarse y escapar, quiso poder soltarse y echarse al suelo a llorar, quiso poder soltarse y derrumbarse en los brazos de aquel hombre, quiso. Y se dio cuenta de que siempre quiso y nunca hizo nada y en aquel instante entendió que era aquello lo que quería, que solo necesitó el empujón adecuado, con la fuerza suficiente para poder estar volando sobre el deseo y el morbo y recordó el sabor del bourbon. Se preguntó como sabría en los labios de aquel hombre que ahora comenzaba a sonreír, entonces él asintió ligeramente.

Los gemidos y gruñidos se intensificaron y los cuatro hombres que estaban a su alrededor se acercaron, acariciando su piel estirada con sus pollas. Después, notó el calor del semen decorando su piel y escurriéndose desde sus costados hasta el suelo. Suspiró pensando en el desperdicio mientras notaba las pisadas de las botas acercándose a ella. Abrió los ojos e intuyó su figura pasar por su izquierda. Quiso girar la cabeza pero notó como un fuerte tirón en su pelo volvía a ponerla en horizontal. Las luces parpadearon entonces un un interminable flash cegador cuando un golpe certero en su clítoris le hizo volver a la realidad. La empuñadura del látigo era dura, del grosor de una buena polla pensó cuando golpeó de nuevo en su clítoris.

Tenía los músculos en tensión, intentando soportar con entereza el castigo de ese dolor inesperado cuando el susurro penetro con tanta facilidad en su mente que el dolor desapareció. Relájate, escuchó, gánate el que no acabe con tu piel y déjame disfrutarla para siempre.

Se corrió en el siguiente golpe.

 

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