En la distancia sonaba Paradise Circus, con esa suavidad que lo envuelve todo. Subió las escaleras despacio y cansado pero con una ligera sonrisa en la cara. La puerta estaba entreabierta y la luz de las velas proyectaba una sinuosa figura moviéndose en la pared. Se apoyó en la entrada, sin dejar que le viese, observando maravillado. Nunca le había visto bailar, no tan de cerca. Con los ojos cerrados en muchos momentos y en otros, imaginando que él estaba delante de ella observando con la mirada inquisidora que tanto le asustaba y ponía nerviosa. En la quietud nunca había visto a nadie tan hermosa le dijo una vez, pero en movimiento era la traslación de lo que él hacía con las cuerdas en su cuerpo, el baile sustituido por la suspensión, flotando en el aire o en la planta de sus pies.

El top oprimía sus pechos como lo hubieran hecho las ataduras, mejorando lo ya imposible y revelando las marcas sencillas y discretas que él ya había hecho antes. Se mordía el labio con fuerza y él apretaba el dintel de la puerta con los dedos forzándose a no abalanzarse sobre ella. Le descontrolaba tanto que adoraba que por vez primera pudiese sentirse así. En la danza, las manos acariciaban el cuerpo y agarraban las trenzas francesas que se había hecho emulando las cuerdas y tirando de ellas para hacer movimientos sensuales e imposibles. Se apretaba el cuello imaginando que eran las manos de él las que apretaban con todas sus fuerzas, inclinando la cabeza para luego descender con las manos por el abdomen introduciendo los dedos entre el pubis y el pantalón ajustado. Giraba con las caderas como si él en mitad de la suspensión las acariciase para hacerla girar mientras las trenzas, como los péndulos  buscaban ubicarse y no enredarse entre sí.

Sentía calor, porque le sentía cerca aunque creyese que no estuviese. Sentía calor porque deseaba que apareciese de improviso y violase su cuerpo juvenil contra la pared dejando que el aliento se congelase en un mordisco brutal. Cuando abrió los ojos le vio aparecer arrancando la ropa, destrozando el sudor con la saliva del impulso mientras ella rasgaba su camisa notando el calor de su pecho pegado ya a sus labios. El golpe brutal contra la pared le hizo levantar las piernas mientras rodeaba con ellas la cintura y arrancaba el cinturón de un solo golpe cayendo al suelo en un estruendo. En la pared se proyectaban las sombras desafiantes de dos bestias, la esencia de ambas, devorándose por completo. Las dentelladas de ambos, los cuellos magullados y los hombros desollados no daban un claro vencedor, entonces él se apartó, se desnudó por completo y ella de puntillas se acercó hasta que estuvo tan cerca que solo hubo un aliento.

Y como un jinete que huye como alma que lleva el diablo, agarró con una manos sus muñecas frágiles y con la otra las trenzas, volteó su cuerpo y lo puso a cuatro patas sobre la cama y ambos, cabalgaron hacia el horizonte, dejando una polvareda infernal tras de sí.

 

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