Equipaje. Pasos. Pensamientos. Cada carga emocional es devastadora. Hay mentes que son como mecanos, piezas que están colocadas con una predisposición y luego sirven de punto de apoyo a otras más. Y más, y más. Entonces lo que antes era una estructura simple y robusta, se convierte en un amasijo de emociones que se descontrolan con solo agitarlas un poco. Entonces es cuando la paciencia y la calma hacen acto de presencia, para los demás. Parsimonia en los gestos mientras el ardor de la furia corroe cada célula de las fibras de sus músculos. Arruina cada conexión nerviosa apaciguada por una oleada de soldados en el que la paciencia pelea con rabia para que no se desborden los sentimientos ni la agresividad.
Pero cualquier presa tiene un límite de capacidad y sobrepasar constantemente estos límites, provoca efectos secundarios poco deseados. Es curioso cómo la gente que es capaz de canalizar la ira y transformarla en calma de manera constante, como si con ellos no fuese la historia, se convierten en armas de destrucción masiva emocional cuando explotan. Y cuando explotan, la onda expansiva no deja nada en pie. Somos personas latentes, que aguardan pacientemente las inconveniencias de los demás, las heridas y las presiones a las que se les someten, desviando, esquivando y afrontando cada una de ellas, relajando la tensión hacia fuera mientras por dentro, se tensa absolutamente todo.
No hay grito más destructivo que el que se produce en ese desborde emocional. Duele. Duele mucho más que un centenar de azotes, duele mucho más que la mezcla del restallido del látigo en la piel con la cura posterior, duele mucho más que el desprecio mientras te escupen en la cara.
Es el lado malo de la paciencia, el chico abusón cuando nadie le ve, Míster Hyde. Y luego, para que las aguas vuelvan a su cauce, se tiene que observar la destrucción que ha dejado a su paso. Por eso, es el dolor físico, provocarlo, observar en vuestras putas caras como mi paciencia hace retorcer el grito y las facciones en mi desahogo.
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