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No supo si resultó una coincidencia, pero mientras el agua fría caía con furia sobre su piel y daba brillo a la tinta de sus brazos, tuvo la sensación de que hacía mucho no se sentía tan firme. Por muy frío que fuese o se comportase, la lava interior de sus pensamientos borboteaba sin cesar. Por dentro líquido, por fuera piedra. La pared, aún estando fría no consiguió enfriar el interior pero no importaba. Hacía mucho que las raíces de sus piernas no se asentaban con aquella firmeza sobre el suelo. Como siempre se secó despacio dejando gotear el agua por la barba, que nunca secaba. Cuando se colocó las gafas, cerró la puerta con energía. El motor rugió, como siempre, dando dentelladas al aire como las daba él a la piel, sin descanso ni miramientos. Se ajustó el casco y aceleró perdiéndose de nuevo por las calles. El sol casi había desaparecido pero él era fiel a sus gafas, casi como una extensión de su cara. El aire le acompañaba y lo respiraba con respeto. El mismo aire que el disfrutaba restringiendo con sus dedos clavados en el cuello y sus dientes desgarrando los labios buscando el sabor metálico de la sangre.

Cuando entró por la puerta, le estaban esperando y en silencio y con gestos se saludaron todos. Pronto, todo se llenó, la muchedumbre hablaba en voz alta y él se refugió donde más calmado se encontraba. Pasó los dedos por la Explorer y agarró con firmeza su cuello. El níquel le esperaba, tenso, brillante, sonoro y empezó a construir escalas arriba y abajo, controlando las cuerdas cortantes que tanto dolor le habían producido, que tantas horas había derrotado. Cuando le hicieron un gesto se levantó, y como si levitase colgó la caoba sobre sus hombros. De fondo la voz de Chris Cornell rasgaba Like a Stone antes de que las luces se apagasen. Como siempre cerró los ojos, sintiendo las cuerdas de su Explorer con el mismo sentimiento que cuando deslizaba las de lino entre las piernas de cualquier mujer, sintiendo el tacto suave, pulsando y extrayendo sonidos o gemidos, era indiferente. Recordó la sensación de la ducha y sonrió al darse cuenta de que lo que sonaba era el fiel reflejo de su estado de ánimo. Se sentía firme y calmado como si sus pensamientos fuesen piedra. La canción terminó, las luces se apagaron y solo los silbidos rompieron el silencio.

Los acordes gruesos de Hush sonaron y retumbaron como siempre y el silencio nunca fue tan sentido como en aquel momento. Esa es la palabra que susurraba al oído antes de gruñir mientras despedazaba a sus compañeras, antes de desgarrar la carne con los dientes y de beberse su flujo entre los estertores finales de los orgasmos desatados. Hush.

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