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Son los recuerdos, los que subyacen de mis encuentros, los que destrozan tu piel en los arrebatos de nuestra conciencia para terminar humedeciendo todo cuanto toco. Por mucho que intente abarcar con mis manos tu mundo, se me hace líquido. Liquido, cuando arranco lágrimas de tus ojos penitentes, de tus miradas perdidas en mi interior, de los abanicos de tus pestañas cuando tiemblan al correrte. Líquido, cuando el látigo se abre paso entre la tersura de la piel y hace brotar tu sangre, acumulándola en su superficie y formando lagos púrpura, subcutáneos y perfectos. Líquido, cuando el metal horada con precisión y extrae simulando geisers rubíes transformados en regatos que humedecen el suelo. Líquido, cuando mis manos se empapan de tu elixir, de la fuente de mi eterna juventud mientras se mezclan con los gemidos de la vida más placentera que jamás podrá existir.

Es ese líquido el que me mantiene alerta y constante, el que me enseña cada día cual es el camino que debo tomar, el que construye un fortín inmenso e inconmensurable para que te sientas como en casa, en mi casa. Sobre mis manos, cerrando el puño con fortaleza para que te sientas protegida y con los dedos abiertos como rendijas espléndidas para que puedas respirar cada día un aire puro que mantenga vital cada uno de los líquidos que con tanta entrega me ofreces.

Empapa de nuevo las cuerdas, que sepan que son tuyas y que constriñan cada uno de los pliegues con sabor a ti. Pinta un cuadro con ellas, que la abstracción que se plasme en el lienzo sea solo el comienzo de un arte nuevo y único. Mancha cada pared, cada tela, cada sueño, humedécelos como te humedeces tú.

Hazme sentir líquido.

 

Wednesday

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