Tras muchas lecturas y vivencias se fue dando cuenta de que las expectativas siempre iban acorde con esa falsa creencia de que la ausencia de estímulos, tarde o temprano, haría mella. En ese tiempo vivía abocado a un ahogo personal y conducía su vida de manera caótica. Se dejaba la piel y a cambio sólo recibía sonrisas o en su defecto promesas que nadie podría cumplir. Se apartó de los ambientes que le hicieron enfermar, de la palabrería, de lo bello y superfluo, pero no llegó a ningún sitio. Aquellos pensamientos se mezclaban con las burbujas de aire que subían desde el fondo mientras con la mano sujetaba la nuca sumergida y notaba como los ojos se hacían cada vez más grandes. Tiró del cuello hacia arriba y el ruido del agua salpicando el suelo y la pared se mezcló con los jadeos. Aquel pequeño cuerpo ni se inmutaba y su mirada se perdía en algún lugar tras de sí.

Dejó de forcejear hacía un buen rato, cuando entendió que el aire se lo daba él y que, bajo el agua, había encontrado una perspectiva singular de aquel hombre tan particular. Cuando salía del agua volvía a una realidad distinta, una realidad en la que tenía que pensar. Era cierto que durante todos aquellos procesos se abstraía: cuando ataba su cuerpo o la inmovilizaba con cinta, cuando preparaba el acero antes de cortar. Luego caía en un pozo en el que se sentía cómoda y disfrutaba cada atadura y cada corte, cada ardiente gota o la llamarada de la palma de la mano arrasando la piel. Sólo disfrutaba aquellos instantes refugiada en sus pensamientos y disfrutaba de sus silencios cuando curaba las heridas, acariciaba las marcas púrpura o simplemente mesaba su cabello mientras sujetaba el cuerpo. Quizá eran los instantes de silencio la meta que buscaba, cuando podía ser ella después de haber disfrutado y le permitía dejar laxo el cuerpo, aceptando cómo él recogía sus miembros inertes y sintiendo que en aquellos momentos era verdaderamente suya.

Lo anterior, y de manera egoísta, era una forma de conseguir lo que necesitaba. Él, sin embargo, en cada paso y cada acción conseguía lo que necesitaba. Aquella simbiosis no necesitaba demasiadas palabras y posiblemente por eso era tan fuerte. El resto del tiempo era una mezcolanza de risas, comida, mirada, lecturas y caricias. Una vida plácida y normal que ambos vivían como si se conocieran toda una vida. Entonces, cuando llegaba el momento, los grifos se abrían y dejaban salir toda el agua que retenían y les ahogaban. Las palabras cesaban y se recogían tras ellos esperando su ocasión. La bañera volvía a llenarse y ella, desde dentro, sumergida, encontraba de nuevo la perspectiva de aquel hombre tan particular.

Wednesday

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