Meiko era libre. Cada paso que dio le acercó más y más a eso que muchos llaman esclavitud y que para ella, fue simplemente una sentencia firme de lealtad. Los tacones que llevaba aquel día no le hacían mirar con la perspectiva que te da la altura, aquellos tacones no eran un símbolo de nada, eran un simple accesorio. Aprendió rápido desde el desconocimiento absoluto, desde la timidez del timorato que aprecia lo que ve, pero teme sumergirse en aquello que le revolvía las tripas para bien. Al comienzo, en los años infructuosos de la desubicación emocional, cuando las fibras de su cuerpo deseaban acometer la entrega a las atrocidades que su mente imaginaba sin saber por qué y nadie en sus cabales sería capaz de comprender. El tiempo que se ocultó a sí misma en unas sombras eróticas que solo se producían debajo de sus sábanas, en solitario, había quedado tan atrás que prácticamente eran un vago recuerdo doloroso. Luego encontró a Sylvie y un propósito que le acompañó durante mucho tiempo mientras crecía sin normas escritas, con lo estricto de una mirada y la severidad de un gesto. Aplacaba su deseo con una entrega silenciosa e inusitada porque ella era así y lo necesitaba. Aprendió a dar y a recibir, a entenderse, a comprender que la ética de aquellos con los que coincidía era una mentira que servía de fachada para que muchos, quizá todos, organizasen la vida de los demás a su antojo.

Y ella, sólo quería ser antojo cuando lo desease y para quién lo mereciese. La mirada poco a poco se fue levantando, como una orden susurrada por aquel al que le debía todo. Aquel que le enseñó que nada de lo que digan, que nada de lo escrito, que ninguna de las normas es válida cuando entre dos, como la vida misma, se ofrece con cristalino agradecimiento la verdad. No había comunión de almas, no había miradas con información completa que hacía que, como un resorte, actuase de manera automática. No había nada de eso. Fue descubriendo cada decorado de cartón piedra en todas las patrañas que se habían construido para hacer que este mundo de la dominación y la sumisión fuese el lugar idílico en el que se entraba y se creía que nada más emocionante, intenso y excitante se podría conocer.

Sylvie soltó su mano y comenzó a caminar sola, sin ayuda, pero con unas certezas y unas enseñanzas que se forjaron sin dolor, sin opresión, sin exigencias. Caminó con ligereza teniendo claro cuáles eran las prioridades y sus deseos de entrega y que no necesariamente tendría que buscar en las mismas cloacas, porque la entrega se fusiona con muchas emociones. El amor, el respeto, el deseo, la admiración y ninguna de ellas tienen que ir de la mano la una con la otra, y todas ellas pueden aparecer en alguien que desconoce lo más misterioso de su corazón.

Las marcas no fueron nunca un castigo, las palabras de seguridad nunca fueron un freno porque en aquellos consensos perduraba la fiereza y el respeto a partes iguales. Porque le enseñaron a tener el control dentro de la entrega, quizá lo más difícil de aprender. Sumida en el subespacio era capaz de percibir la nobleza porque si no era así, era incapaz de llegar hasta donde cualquier fanfarrón siquiera podría soñar. Se sintió querida y arropada en la lejanía y en los silencios, en la furia que acometía con destreza magnífica sus curvas y sus pliegues. Satisfecha cuando estuvo sedienta y acomodada en el dolor más extremo. Por fin era capaz de, con un gesto al que algunos sin duda le añadirían el calificativo de altivo, encontrar todo aquello que necesitaba.

Desde las alturas de aquellos tacones, sus andares eran perfectos.

Wednesday