El frío del invierno se precipitó sin contemplaciones. De la noche a la mañana. A ella el frío le gustaba, se le encogían las entrañas cuando la piel se contraía y el ambiente pasaba de la calidez húmeda del otoño al frío cortante del invierno. Por aquellas fechas el viento ya aullaba como de costumbre y peleaba por infiltrarse en las grietas de las gruesas paredes de piedra. Aquel lugar parecía un sueño. La tenue luz anaranjada y las sombras danzarinas que se proyectaban desde la chimenea por todas las paredes le daban un aspecto mágico. Aquel lugar estaba prácticamente abandonado por la decoración, con lo justo y necesario para poder llevar una vida confortable y austera. Él no necesitaba más y ella ya se había acostumbrado.
Al principio se planteó con vehemencia que aquel lugar no era para ella, pero no podía disociar lo que sentía y necesitaba de lo que suponía tenerlo. Asumió en un principio que no se aclimataría. En poco tiempo descubrió no sólo que aquella circunstancia era ideal, también que sorprendentemente había pasado gran parte de su vida sin ello y en aquellos momentos descubrió todo lo que se había perdido. Pero el frío del invierno, como decía, se precipitó sin contemplaciones. Cuando se levantó de la cama ya notó su piel fría y pálida. Cogió una de sus camisetas y se la puso a modo de camisón. Bajó las escaleras y observó las ascuas de la chimenea intentando sobrevivir a aquella temperatura gélida. Cogió el atizador y las removió haciendo que la ceniza levitase unos segundos antes de caer de nuevo. Las brasas hipnóticas se reflejaron en el suelo. El frío mármol atenazó sus músculos antes de que escuchara las pisadas tras de sí, en las escaleras.
¿Tienes frío? le dijo él. ella asintió sin darse la vuelta para mirarle. El sol apagado por la bruma del exterior intentaba hacerse hueco entre los cristales de las ventanas y poco a poco lo fue consiguiendo, barriendo minuto a minuto el suelo de mármol negro. Cuando llegó junto a ella, le quitó la camiseta dejando su cuerpo desnudo mientras la luz del sol comenzaba a mostrar la piel erizada. Túmbate y deja que te vea bien, le dijo mientras sonreía. Cuando apoyó el cuerpo en el mármol negro arqueó la espalda y minimizó el contacto con la fría piedra. Tan solo los hombros, la cabeza y los talones estaban firmemente apoyados. Sin dejar de sonreír se agachó y colocó una mano en el abdomen. Luego presionó con suavidad hasta que toda la espalda hizo contacto con el suelo. Lo mismo hizo con las rodillas. echó luego los brazos hacia atrás estirando de esa manera el pecho que sorprendentemente dejó de temblar. Luego se levantó y observó como la luz del sol barría minuto a minuto la piel blanquecina y tersa. Primero las piernas, el pubis, el abdomen y las tetas con lo pezones amoratados y prietos. Volvió a agacharse para retorcerlos ligeramente. Ella se mordió el labio y calentó su coño, apretó los puños y luego juntó las manos. La luz siguió avanzando hasta sus labios. Se había hecho sangre, pero no se dio cuenta. El rojo oscuro y espeso resbaló hasta la comisura de la boca y sintió el sabor metálico de la sangre poco oxigenada. Cuando el haz de luz llegó a sus ojos dejó de ver, pero no los cerró. Él, sin embargo, contempló aquella explosión de verdes imposibles brillando y creando un contraste con el negro del mármol. Aquella mirada de pantera, la sangre en la boca y la piel fría y suave era la prueba de que sólo en la calma, la belleza puede ser tan poderosa como vulnerable.
Dejó de sonreír para alimentarse.
Wednesday