Durante un breve periodo de tiempo fue el hombre más poderoso del mundo. Todo su mundo en la palma de las manos. Cuando subía a las cumbres de las montañas que partían su mundo en dos podía ver a cada lado los océanos esmeraldas que inundaban las tierras fértiles y frondosas de la selva negra. Una selva virgen y abrupta, indomable y salvaje como jamás se había visto. El agua de aquellos mares le daban aún un aspecto impenetrable y rotundo. Desde allí arriba podía extender el brazo y acariciar el follaje, las copas y las puntas de aquella negrura brutal que se enredaba entre sus muñecas. Podía ser el dios de aquellas tierras y el kraken surgido de los océanos más profundos con un solo fin, someter aquel territorio virgen hasta que no quedase rastro de nada más que sus manos.
Al este, los vientos rojizos se abrían paso por las llanuras y hacían filigranas en el pozo en el que una y otra vez se hundía para sentir los latidos de aquella tierra fértil. Aquel pozo comunicaba con el interior de las entrañas, cuevas inhóspitas por donde fluían los ríos de la vida que desembocaban al unísono en las columnas del sur. Al oeste, los vientos negros y tormentosos, los que traían la oscuridad y la subyugación, el sufrimiento y el dolor, levantaban polvaredas que le hacían cerrar los ojos y esperar la benevolencia de aquella fuerza de la naturaleza. Aquel viento era la oposición al viento del este y cuando llegaban ambos a las cumbres se hacían uno girando a su alrededor, abrazándolo para que sintiese todo su poder bestial y magnánimo.
A lo lejos, al sur, en los deltas de los ríos, dónde los arcos que sostenían el mundo indicaban cuál era su lugar, el brillo del metal a un lado le hacía recordar el tintineante devenir de las voces jubilosas, de los gemidos y los gritos, del placer y del dolor. Podría lanzar una cuerda desde aquel alto y con una lazada unir ambos arcos, tirar de ella y sentir como la tierra se quejaba bajo sus pies. Porque ante aquella inmensidad infinitamente más grande que él, seguía siendo el dueño y señor de aquella tierra en la que hacía mucho tiempo había dejado de ser inmaculada.
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