El espejo se aburría. Era grande y luminoso, pero se aburría. Ella pasaba por delante demasiado deprisa para que el espejo se diese cuenta de su majestuosidad. Un espejo full HD en su época, ahora 4K. Pero ¿de qué servía tanto esplendor si ella le había abandonado por la cámara de su teléfono? Ahora, como mucho, podía verle la cara tapada por el aparato mientras le cegaba con un flash que marcaba cada una de las manchas de vapor de agua que había dejado al salir de la ducha.
¡Qué tiempos más modernos en los que se abandona lo clásico por avances tecnológicos y allí, se farda de lo vintage y lo retro, de clásicos del cine, de marcos rococó en las paredes empapeladas porque ahora eso es demodé! En estos tiempos donde ella y él se sorprenden por las críticas exacerbadas que les hacen al enseñar las pechugas o los six pack, término más cercano al rapero de la milla 9 que al oficinista runner que se prepara para la San Silvestre. Ambos encantados de conocerse, enseñando piel, la justa por debajo del mentón y por encima del pezón. Lozanía llena de filtros aderezada por hipérboles chorras sobre la libertad de la mujer o sobre la implicación masculina en esta nueva corriente de acompañamiento machofeminista.
Y hacemos acopio de información como antes la hacíamos de música descargada, llenando gigas y teras por tener, pero sin saber cuándo habrá de utilizarse ni cómo, por descartado. Filólogos de la vida moderna y de una mansedumbre que empieza a dar más preocupación que asco porque, por mucho que intentemos esquivarlo, nos estamos volviendo absolutamente gilipollas. Somos capaces de discutir con alguien ducho en una materia simplemente por haber leído el pie de foto en un periódico digital. Sin miedo, sin rubor y sin vergüenza. Y en cuanto nos han enmendado la plana, tiramos de comodines hechos para estas circunstancias: fascista, rojo, machista, feminazi. Ese póker es una jugada maestra. Y es así de maestra porque, aunque no tengamos ninguno de esos naipes, nos lanzamos al farol con dos cojones y después Santiago y cierra España.
Por cierto, esto último que gritaba en algarabía el Capitán Trueno, hoy sería tachado de nacionalismo centralista y con menos, te montan un chocho en las redes sociales al nivel del que te lían por explicar que el lenguaje, también puede ser neutro en lugar de gilipollas.
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