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El nombre sonaba a verano y olía a mar. Ella era de apariencia frágil, pero sólo era eso, apariencia. En su mochila, como todos, llevaba sus monstruos y la cremallera, difícilmente se llegaba a cerrar. Él no entendía ese deseo de protección y de destrucción al mismo tiempo, con ganas de atomizar cada partícula de su ser para luego volver a moldear exactamente igual a lo que había destruido. Le apartaba el pelo para comprobar que las lágrimas no habían cambiado nada. Cuidaba su piel como ella cuidó aquella primera vez de la suya. Hablaban en voz baja, disfrutando del aire tenue que sus bocas compartían. A veces él, en su algarabía, carcajeaba derramando el alcohol o el té que ella había preparado con esmero. Se disculpaba atragantándose en la risa pero ella no se enfadaba. Veía en él la ventana que le permitía asomarse a la violencia del temporal, del tifón que azotaba cada año su tierra, a lo verdaderamente salvaje, a lo enmarañado de sus pensamientos y se hacía pequeña.

Sin embargo para él, aquel sosiego acrecentaba el tamaño de su deseo y la incapacidad que en algunos momentos sentía para rodear con sus brazos la pequeña figura, los hombros diminutos y la sonrisa escondida. Ella le pacificaba y convertía su soledad en jolgorio silencioso. Era extremadamente extraño. Mezclar sus gruñidos, el frenesí de la locura desatada sobre algo tan delicado y pequeño que como un diamante, cortaba todo lo que tocaba. Era una piedra roseta capaz de explicar cada jeroglífico de aquella extraña relación. Desde fuera eran como un sistema binario, una gigante roja frente a una pequeña enana blanca, destrozando el espacio y el tiempo, tirando una de la otra y la otra de la una, formando un sorprendente equilibrio donde la palabra quedaba para la intimidad, susurrada labios frente a labios, heridas frente al filo del acero.

Pero la asombrosa fuerza y resistencia que ella le demostraba pugnaba cada día con una debilidad que devoraba sus entrañas. Fortaleza y debilidad de la mano mientras él era incapaz de calmar  su pena. Inventaba historias donde las cuerdas eran personajes ficticios, tentáculos hentai que ella adoraba al desollar la delicada piel de su coño, las muñecas marcadas y los pechos amoratados. Se convertía en el maestro de ceremonia de aquella pequeña perversa que habitaba en su interior y que por fin podía dejar salir para que alguien domesticase. Después de los cuidados ella se entregaba al placentero momento del cuidado de aquel hombre incapaz de salvarla pero que por instantes que a veces se convertían insondables, le hacían sentirse algo feliz.

 

Wednesday

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