Miraba el suelo y se preguntaba por la desproporción del castigo. Al mismo tiempo, esos conflictos que todos tenemos, asaltaban las murallas y destruían los muros de contención. Los azotes, había perdido ya la cuenta, eran extremadamente dolorosos. Notaba la presión en el pecho, aplastado por sus rodillas, las manos atadas a su espalda y las piernas colgando de las de él. Cada azote, reverberaba en preguntas que sabía en algún momento contestaría, pero de momento solo escuchaba el silbido del aire cuando su mano caía como un martillo sobre sus nalgas. El calor de la piel y el dolor hacía rato que eran ya insoportables pero aprendió, en esa rebeldía que aún gobernaba parte de su ser en aguantar las lágrimas. A él no le gustaban las lágrimas de rabia, ni las de ira y ahora mismo eran las que pugnaban por salir. Pero se dijo, que esta vez no.
Los errores se pagan, siempre, de una manera o de otra. Algunos son tan nimios que se pueden camuflar y perder entre el rumor y el ruido de los hechos. Sin embargo, seguía sin entender porqué, cuando cometía un gran error y aun habiendo castigo, su tolerancia era infinitamente mayor, su comprensión abrazaba el miedo que sentía y le reconfortaba, aceptándolo de forma natural. Pero ¿por qué cuando los errores eran insignificantes para ella, la reacción era tan asombrosamente desproporcionada?
Cuando se cansó, quizá porque su mano ya la sentía dolorida, o porque ya no tenía sentido seguir azotando su culo, tiró de su pelo, como si fuera la cuerda que al otro extremo anuda el cubo que se sumerge en las profundidades de un pozo. Tiró de ella, arqueando la espalda, haciendo crujir las vértebras y comprimiendo las costillas. Y no paró hasta que colocó la cara junto a la suya. El latido de la piel de su culo eran punzadas de dolor constante, ardiendo, sentía como si miles de cristales desgajasen cada milímetro de la piel.
Te has hecho sangre en el labio por morder tu rabia, le dijo entre dientes. No hay nada que más me moleste que el desapego a las pequeñas cosas, las que nos hacen ser como somos. Cuando cometes un grave error, es más fácil de perdonar porque casi siempre se amontonan tras de ti variables que no se pueden controlar. Un gran error suele conllevar una consecuencia que de por si ya es un enorme castigo. Añadir más leña al fuego solo te hundiría más en la desazón. Sin embargo, continuó mientras acercaba aun más su cara y acariciaba el muy dolorido culo, los pequeños errores, son debidos a la indisciplina, al pasotismo, a restarle importancia a aquello que construye tu vida a diario, son agujeros hechos por uno mismo para meter el pie y trastocar los planes inmediatos. Y cuando estos pequeños errores se conjuran entre si, se concatenan unos resultados inesperados. Perder las llaves por no dejarlas siempre en el mismo sitio, dejar el bolso abierto por dejadez, conducir a toda velocidad o dejar el coche en doble fila cuando unos metros más adelante hay espacio para que dejarlo y no estorbe, pagar a tiempo. Estos ejemplos sirven para que medites y te concentres, porque cada cosa que hagas, quiero que la hagas bien. Y sí, no somos infalibles, y te lo he demostrado con creces en los castigos, que odio, porque odio que no seas consecuente ni te tomes en serio, ni por tanto me tomes en serio a mí. Odio las cosas mal hechas por la falta de atención.
Comete errores, pero no estos. Y ahora que te han retirado el carné, ve a trabajar andando hasta que lo recuperes.
Wednesday