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El día había sido divertido y sobre todo azul. La mayor parte fue un juego en el que ambos pintaron con sus dedos los deseos del presente, mezclando los colores de la vida con los de la pintura que ya empezaba a secarse en las paredes. Se sentían cansados pero satisfechos. Habían sido unas horas de duro trabajo y de cercanía mutua, una forma de conocerse un poco más fuera del mundo luminoso que desde desde el exterior se percibía oscuro y violento. Sin embargo ellos construían un lugar donde se sentían acogidos por sus emociones y les importaba bien poco como desde fuera pudiesen pintar su mundo perfecto.

Dejaron los pinceles, las brochas, los rodillos, los limpiaron con cuidado, recogieron todo lo que estaba desordenado o manchado. El orden era tan indispensable para él, que ella tardó mucho tiempo en acostumbrarse y cambiar sus costumbres. De vez en cuando ella, a sabiendas, provocaba cierto desorden que él solventaba con cierta vehemencia. Sin darse cuenta, acariciaba las cicatrices y se estremecía mientras una sonrisa iluminaba su rostro. Sabía que hoy eso no sería posible, el orden y la limpieza eran fundamentales.

Hay que quitarse toda esta pintura, dijo él mirando fijamente al rostro embadurnado de un azul muy oscuro. Agarró su muñeca y tiró de ella hasta la parte de atrás de la casa. Hacía frío ya a esa horas y en esa época del año. El estío había acabado y el frescor del otoño empezaba a meterse en los huesos. Para su sorpresa, le arrancó la ropa y su cuerpo desnudo se bañó parcialmente de la luz blanquecina de la luna. Ella se dejaba hacer, sorprendida y entusiasmada. Él agarro unas cuerdas humedecidas por la condensación nocturna y ató las muñecas y los tobillos a unas argollas ancladas en la pared. Una hermosa X decoraba el muro. Entonces, desapareció dentro buscando algo que se le antojó pesado.

Cuando estuvo frente a ella sonrió. Vamos a quitar toda la pintura le dijo. Apretó el gatillo y el agua a presión se clavó como miles de finas agujas en su piel. La pintura desaparecía y su piel sentía el dolor punzante y constante del agua que no cejaba en su empeño por provocar el máximo dolor posible. El frío también empezó a hacer estragos y veía como el agua pulverizada se teñía de un azul añil que dibujaba extrañas figuras en el suelo. Los pezones recibían los impactos y temblaban entre una extraña mezcla de placer y dolor indescriptible. Cuando su cuerpo perdió la cubierta de color azul, él dejo de pulsar el gatillo de la pistola. Se hizo el silencio y el rítmico goteo del agua que caía de su cuerpo ocupó el silencio.

Cuando desató las cuerdas recibió el cuerpo empapado entre sus brazos. Después lo secó y calentó con el suyo. Peinó su cabello y arropó su piel entre las sábanas. No vio venir el sueño cuando cerró los ojos y se sumergió en su vida real.

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