Ante sus ojos se veía pequeña. Tenía la capacidad de abstraerse de todo lo que le rodeaba y hablaba con la gente que tenía alrededor como si no supusiese un esfuerzo, mientras observaba entre el tumulto aquella figura frágil y hermosa. Se dio cuenta de que era la misma mujer de la librería. No creía en las casualidades por muy rocambolescas que fuesen las situaciones. En realidad muchas veces se había topado con gente en diversos lugares e incluso en ciudades y pasíses diferentes y solo había quedado en eso, en anécdota. Cuando vio que bajaba la mirada, no la evitaba mirando a otro lado, ni buscando apoyo para dejar de hacerlo, se disculpó y se acercó a ella despacio. Su cabeza a la altura de los hombros mostraba aún más fragilidad de la que intuía. Olía bien, a cítricos y sudor, pensó. La conversación se perdió en el tiempo y ellos en el fondo de una barra añeja y pegajosa.
Mientras bebía y observaba, vislumbró lo diferente que era por dentro y por fuera. Hay veces que no son necesarias horas interminables de conversación profunda para averiguar como es una persona porque simplemente, sin darse ella cuenta, te lo expone de la misma manera que abrazamos la vida en nuestros momentos álgidos de felicidad. Ella así lo hacía y él simplemente leía. Su voz a veces trémula, otras enérgica nunca se alzaba. No porque no desease gritar. Ella quería hacerlo, quería poder responder al torrente de preguntas que se le agolpaban y que sin saber porqué, no podía contestar. Sin embargo él estaba ahí, calmado, a veces sonriendo, otras se acariciaba la barba, pensativo, pero siempre con esa mirada tan extraña como cautivadora. Él intentaba adentrarse en ella y ella solo podía dejarse. Contrariada, no se sentía violentada, pero él hablaba, despacio y cada palabra se convertía en un revuelo de niños correteando detras de una pelota para terminar en una sentencia que le dejaba sin respiración.
A cambio, él se sorprendía por la necesidad irracional de acariciar su pelo para despues agarrarlo con fuerza y arrastar su cuerpo contra la primera pared que encontrase, o erradicar la firmeza de sus piernas para hacerla yacer en el suelo mientras sus botas aplastaban su cuello. Sin embargo, bebía un trago tras otro de tequila, sin sal ni limón, sintiendo arder sus entrañas mientras ella, se acomodaba en un lugar que jamás había visitado pero del que temerosa por pensarlo, jamás querría salir.
Quizá fue el alcohol o la inusitada confianza que aquel desconocido le dio, pero se sacó el cordón trenzado que hacía las veces de cinturón y le preguntó sin vacilar que sabía él de aquello que buscaba. ¿Bondage? dijo él sin inmutarse. Ella asintió intentando ser la gatita traviesa que siempre se salía con la suya. No esperaba su respuesta, nunca imaginó su respuesta.
No tengo nada que decir sobre ello, solo hacerlo.
Se estremeció, solo se estremeció, no por las palabras sino por el significado que ella le estaba dando. Él bebió el último trago, sonrió y pasó por su lado. Se paró, acarició su pelo y salió por la puerta. Ella, inmóvil.