Prêt à porter

Odio las ciudades cuadriculadas, como las mentes, los sudokus y las damas. Me gustan las curvas y son algunas mujeres y las cuerdas las que curvilinéan el asfalto y dan redondez a los esquemas monolíticos en los que nos movemos. Parece que a veces el corsé ha sobrepasado el cuerpo que aprisiona e inmoviliza nuestros pensamientos. Así, de entrada, me interesa más el cuerpo que la mente. De entrada. Luego resulta que una vez dentro, parece que estamos en navidad y encuentro pensamientos llenos de adornos florales, plumas que escriben solas y vuelan sobre el papel a una altura ridículamente ridícula. También es verdad que en otras ocasiones, en la entrada se apelotonan un montón de personas buscando una ganga, una de esas que en esas rebajas de pensamientos endebles y facilones se estilan.

Entonces, de entrada, me gustan los cuerpos, los andares, la piel tornada en fuego ancestral, en dientes blancos y luminosos como las sonrisas, en ojos chispeantes y ansiosos, el cabello voluminoso o sedoso, o extremadamente largo para cabalgarlo hasta el horizonte, o corto donde pasear los dedos y sentir esa comodidad que atesora el cráneo antes de clavar los dedos justo en la nuca. El goteo de la saliva, hipnótico e invisible, solo perceptible por un olfato entrenado y unas botas con muchas horas de viaje.

Ahora la pasarela del bdsm se entrelaza con las sombras. Y a mi me gusta lo luminoso, lo blanquecino y lo purpúreo, la candidez de la ausencia de polvo, las cortinas sedosas y que se balancean al son de las cuerdas, las sábanas manchadas de flujo constante, los pies descalzos junto a los tacones y las bragas. Caminamos juntos por un lugar que ya no reconozco porque no conozco a nadie y cuando salgo a saludar, entre los estruendos de los aplausos y la música cotidiana, los focos martirizan mi visión de tu cuerpo rendido ante mis manos, con tu esencia escurriéndose entre mis dedos.

Así es la moda que mola, lista para llevar.