La confianza es una estratagema. Cada parte de esta contienda atiende a diferentes razones. Se afronta de diferentes maneras y cada bando utiliza las armas que cree necesarias para instaurarse en un sentimiento de paz y concordia. Pero la confianza va por otros derroteros, no se la juega con nada ni con nadie y siempre, deja trazos de desesperación en quién la busca. Juega bien porque siempre gana.
Cuando tienes confianza pierdes miedo. Se compensa lo uno con lo otro. Confianza en uno mismo y en los demás. El cuchillo con el paso del tiempo y de su soledad se iba haciendo más grande. Él le enseñó a manejarlo, comprobó en su piel y en su carne lo capaz que era aquella hoja de acero de aniquilar emociones extrayendo el dolor y la sangre. Echaba aquello de menos. Desde entonces se escondía en una imagen que se había configurado para no llamar demasiado la atención. Mientras tanto, recordaba las enseñanzas y ponía en práctica cada movimiento. Con el tiempo, aquella ligera hoja se le quedó pequeña. Buscó otros materiales, otros pesos y dimensiones. Fortalecía la mente y las articulaciones dando tajos a carne muerta comprobando, hasta donde podían llegar esas estocadas certeras, mellando huesos y acero.
Formaba parte de ella, le hacía sentirse segura consigo misma y varias veces al día necesitaba el contacto del acero entre sus dedos. Metía la mano en el bolso y palpaba la funda de piel, desatando el cordel de cuero que mantenía el cuchillo en su sitio. Luego con el siseo del roce del metal y la piel se le erizaba el cabello. Pasaba los dedos por el filo, con cuidado, intentando no cortarse por enésima vez fruto del deseo. Cuando eso ocurría, lamía la sangre de su mano mientras cerraba los ojos recordándole meter sus dedos en la boca, sin ningún tipo de cuidado. Luego volvía a deslizar la hoja dentro de su funda y ataba con agilidad el cordel. Repeticiones, rutinas.
Esa misma confianza le transportaba a aquellos recuerdos de dolor y felicidad, a mirarse en el espejo y ver cada una de las cicatrices de la vida. Porque la vida era lo que había conseguido con él. Luego, en aquella soledad pactada no había cabida para las tonterías ni los acercamientos interesados. No hay sustitutos para ciertas cosas. A veces le decían que con aquello en su regazo intimidaba y ella se encogía de hombros. Aprendió a ser como era y a disfrutarlo, a compartir que eso no iba a cambiar y eso, eso sí que atemorizaba. Aquella independencia que caía a plomo en cada conversación, generando dudas e inquietudes, sobre todo en ellos. La fuerza se perdía en las palabras y el volumen caía como si girase el potenciómetro del deseo hasta dejarlo a cero, quedándose los fieros pretendientes amordazados por el temor a no ser lo suficientemente valientes para aquella mujer.
Daba lo mismo, pensaba. Siguen sin darse cuenta de que todas tenemos las mismas fortalezas y los mismos miedos, capaces de todo. En lugar de temor, debería dar envidia. De nuevo acarició el acero, frío y magnético como su recuerdo porque incluso en la distorsión del pasado, él sentía orgullo de su valentía.
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