Metidos en harina, y de nuevo pensando en Jessica Lange, me apetece hablar de la superficialidad. Es una putada cumplir años en el caso de las sumisas porque llega un momento en el que se sienten fuera de lugar, en tierra de nadie. Se sienten jóvenes y expertas, fuertes, sensatas, en el caso de que les hayan enseñado y hayan aprendido bien claro. Pero entonces, el dominante, empieza a pensar con la pichulilla y saca la fusta a pasear buscando mozas y mozitas cándidas que han sido atraídas por la miel de las sombras de Grey.
Me voy a incluir para que luego no penséis que voy de guay y a mi eso me resbala. Porque no es así. Nos sentimos como Mufasa sobre la roca de la sabana y vemos retozar ante nosotros a esa pléyade de tías, hermosas todas, prietas y con unas ganas locas de follar y de que las follen como el millonetis del libro. Bueno, la primera en la frente se la llevan cuando ven que el cuarentón de turno, pelín alopécico aguanta poco o nada y lo suple con un surtido de fustas-nunchaku, palas que podrían escavar una tumba y juguetes diversos de tortura y diversión. Pero ellas están receptivas, porque no tienen ni puta idea y nosotros “sí” y el deseo juvenil de conocer y probar todo lo que sea posible está de nuestra parte.
Las otras, ya con un bagaje a sus espaldas se sienten olvidadas y repudiadas en su sumisión.
Sinceramente, no solo me parece una gran putada sino que además obviamos que cuando mejor nos vamos a sentir con ellas, les damos la espalda. Ellas nos lo dieron todo, lo hicieron todo y nuestra pichulilla nos juega estas pasadas. Muchos dominantes pierden esta condición cuando regresan al reducto de su poder para darse cuenta de que ellas, han encontrado su valor en otro lugar.
Dominantes de quita y pon.