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Sugar no era dulce. Y eso era algo que iba con la vida, con sus obstáculos y con sus circunstancias. Mientras imaginaba su dolor mientras era desenterrada del barro, garabateaba ensoñaciones sin mucho sentido ni coherencia. Estaba sola, se sentía frustrada y desprotegida y de la misma manera atraía a infinidad de mentes qué únicamente querían aprovecharse de ella. En algún momento dejó de hacer criba para separar la paja del grano y descubrir para tener cerca de ella a quién realmente merecía estar cerca. Sabía que aquello era una forma egoísta de desprenderse de cualquier lazo pero su experiencia, más pronto que tarde le había enseñado por las malas que la confianza no era algo que se podía ganar porque no existía. Entonces dejó la pluma a un lado y miró hacia la pared únicamente adornada por un par de fotos enmarcadas de tiempos felices. Destacaban las sonrisas, la felicidad más pura, la de la risa incontrolada por cualquier estupidez, la de las sonoras carcajadas con un único objetivo: buscar la siguiente.

Aquella pared casi desnuda era el reflejo de en lo que se había convertido su vida, aquella soledad heredada de múltiples errores de cálculo, de decisiones tomadas con premura, de imposibles vueltas atrás. Pero también de meditadas acciones que crearon un laberinto inexpugnable al que acceder a cualquiera de sus emociones y pensamientos. Había llaves, por supuesto. Pocas habían ofrecido y menos se habían recogido. Algunas atrevidas y hermosas hicieron uso de ellas y se acercaron tanto al centro del laberinto que estuvieron a punto de quedarse a vivir para siempre allí. Todos los ojos verdes, la miel, el cabello largo o corto con sus nucas esforzadas en ser plato de degustación diario. Todos ellos tuvieron un rincón y todos ellos salieron despedidos, algunos por voluntad propia y otros por una severa traición ajena a ellas pero que, sin lugar a duda, hubieran resquebrajado cada uno de los muros de su laberinto que durante años había construido. La traición siempre estaba inmiscuyéndose por aquellos muros y a veces ganaba.

Tras la máscara vio las lágrimas de Sugar, espesas como la miel y doradas como la luz del estío reptando por los recovecos de los árboles. Eran lágrimas dulces, lágrimas que él no podía entender, pero quería enjugar y era el tiempo el que le apartaba de aquella ayuda inestimable que podría ofrecer. Lo único que podía hacer era mezclar la tinta en el papel para darle sentido y sabor a aquel líquido viscoso que les unía. Quizá ella pudiera traicionarle también, pudiera derribar los muros del laberinto y pudiera volver a sonreír para adornar un poco más aquella desnuda pared que sólo emanaba alegría. Sería como endulzar un poco más sus recuerdos y sus nuevas vivencias.

Wednesday

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